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La afluencia masiva de jóvenes españoles y de todo el mundo ponen de manifiesto que el hombre, también en las primeras etapas de su vida, se siente irremisiblemente atraído hacia su Creador, por ese afán por lo sublime y lo inefable que no puede ser satisfecho por ninguna otra realidad. Entonces, el hombre es libre para seguir ese, podríamos decir, "instinto", aplacarlo con sucedáneos o, simplemente, intentar reprimirlo a lo largo de la vida entera.
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La JMJ no es una celebración "de buen rollo", tampoco es un certamen musical de canciones de iglesia, y mucho menos un alarde de "orgullo católico". Es, no me cabe duda, una invitación vitalista, enérgica y alegre a tomarse en serio a Jesucristo, a descubrir la intimidad con Él. El Papa hablará al (co)razón de todos los peregrinos, pero en realidad será el Espíritu Santo quien muestre a cada uno el proyecto que Dios le tiene preparado. Y luego, el hombre hará lo que le dé la gana, pese a quien pese.