sábado, 20 de febrero de 2010

Agora no, Amenábar, Agora no

En noviembre del año pasado, leí un artículo publicado en el Ideal de Granada sobre Ágora (A. Amenábar, 2009). La entrega de los premios Goya hace unos días me anima a publicar lo que escribí en su día, junto a algunos comentarios más.
“Hipatia, una mirada contra la intolerancia”, del Dr Hernández Rojo comenzaba con una treta capciosa. Se nos habla de la película Katyn, que narra el asesinato de oficiales polacos a manos de los soviéticos en 1939, para luego analizar Ágora. La comparación entre los adiestrados pistoleros de Beria y la turba de fanáticos que asesinó a Hipatia es, de verdad, pura manipulación. Antes de concluir, el autor nos cuenta que los sectores más conservadores de la Iglesia Católica se han sentido incómodos con Ágora. No sé el motivo por el que el Dr Hernández asume que quienes han puesto de manifiesto los puntos débiles de la cinta hablan en nombre de la jerarquía eclesiástica. Sería tan absurdo como pensar que él habla en nombre de la productora.
Dicho esto, me gustaría hacer algunas precisiones más. La película no es -como se ha dicho- un alegato contra la intolerancia; lo hubiera sido si el director se hubiera mostrado más imparcial en sus juicios. Ágora es una cinta sobre buenos (Hipatia), menos buenos (los paganos) y malísimos (los cristianos). No, Ágora no es un alegato –para serlo debía haber sido más veraz y menos tendenciosa--; es más bien un panfleto propagandístico en contra de las primitivas comunidades cristianas, tomando como excusa para ello un hecho ciertamente brutal, pero aislado. La historia del anti-semitismo está plagada de distorsiones como ésta.
Porque, seamos honestos, ¿de veras se nos quiere hacer creer que las primitivas comunidades de cristianos eran los verdugos? ¿Acaso la realidad no es que ellos y ellas fueron perseguidos y masacrados, sistemáticamente, por distintos emperadores romanos? Al final resultará que, como decía Nerón, fueron los seguidores de Jesús los que verdaderamente prendieron fuego a Roma. Palabra de sicópata.
Dice el Dr. Hernández Rojo que Hipatia fue víctima de un poder político unido al poder religioso cristiano. No, no fue así: precisamente Hipatia se encontraba en el punto de tensión entre estos dos poderes, como tantos otros personajes en otros momentos históricos; me acuerdo ahora de Santo Tomás Beckett o de Santo Tomás Moro.
Una y otra vez durante estos días, Amenábar ha comentado lo arduo que ha sido la tarea de redactar el guión de su película. La Academia Española de Cine ha tenido a bien concederle 7 Goyas a Ágora, y el más relevante de los bustos ha sido para el libreto de la película. No podía ser de otra manera. Se legitima la historia que cuenta Amenábar, su trasfondo ideológico y su crítica a cualquier forma de religión institucionalizada. El resto de los “cabezones” ha premiado las cualidades técnicas de la película; con su presupuesto y las indudables tablas del director era casi de recibo que la película fuera un espectáculo visual. Pero por mucho que algunos digan, Ágora no ha triunfado: se quedó sin el Goya a la mejor película o al mejor director; ninguno de sus actores ha recibido premio alguno. La gran triunfadora, lo sabemos, ha sido Celda 211. Una buena película sin tanta metralla ideológica que me anima a seguir viendo, en ocasiones, cine español.

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