
Y como no podía ser de otro modo, en un relato de cátaros, griales y templarios el malvado es un ¡inquisidor! Un ser despreciable, capaz de todo tipo de crueldades, mentiroso, traidor, fanático, que repite cada dos por tres aquel grito que llevó a los cruzados a Tierra Santa: ¡Dios lo quiere! Difícil sería buscar entre los enemigos clásicos de Trueno, un ser tan despreciable; quizá el malvado Cavallari o el conde Kraffa. Por ello, la carga ideológica de la historia de Ferrándiz, la coloca más cerca de los lances del falangista Roberto Alcázar -pero a la inversa-.
En fin, un Capitán Trueno que mata (con vistosas salpicaduras de sangre), apoya a herejes (pese a su condición de cruzado) y cuyo temperamento es más bien anodino (nunca bromea con sus compañeros), por no decir que aburrido. Y que a nadie se le ocurra que va a gritar aquello de "¡Santiago y cierra España!", como también hacía el Guerrero del Antifaz.
En fin, un Capitán Trueno que mata (con vistosas salpicaduras de sangre), apoya a herejes (pese a su condición de cruzado) y cuyo temperamento es más bien anodino (nunca bromea con sus compañeros), por no decir que aburrido. Y que a nadie se le ocurra que va a gritar aquello de "¡Santiago y cierra España!", como también hacía el Guerrero del Antifaz.
Pese a que siempre preferí a Trueno antes que a El Jabato, tengo que decir que los dos últimos álbumes publicados de este héroe ibero, para conmemorar el 50 aniversario de su aparición ("La hermandad de la espada" (2008) y "El tirano de Rakhum" (2010)) me han gustado más. Y es que como dice José Revilla, guionista e ilustrador de ambos: "El Jabato es así y a los aficionados nos gusta tal cual.[...] Yo jamás traicionaré el espíritu de El Jabato".
Me parece que Ferrándiz podría seguir su ejemplo, y dejarse de gaitas celtas, griales manoseados y cátaros acatarrados.
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