No voy a escribir una sesuda entrada sobre la Fe. Me basta por ahora decir que la Fe, una de las tres virtudes teologales, es en pocas palabras aquello en lo que creo; más aún, aquello en lo que empecé a creer cuando era niño. Se trataba de una serie de afirmaciones que me llegaban por distintos cauces: el maestro, el cura, mis padres, mi familia,... En realidad, creo que esto es extrapolable a la mayoría de las personas que conozco, y aunque gradualmente este proceso "natural" con el que comenzamos a creer ha cambiado en los últimos años, la increencia es más bien fruto de dejar de creer que de no haber sido formado en la fe.
Pienso que la Fe es una parte íntima de la persona, como los libros que leyó, las películas que vio o las chicas que le gustaban en el cole. Los rezos que aprendimos de niños, las preguntas del catecismo, están archivados en la misma carpeta de las adivinanzas infantiles, las primeras rimas, o las fórmulas de nuestros juegos. Y sin embargo, llegado un momento, si bien no dejamos de leer ir al cine o enamorarnos, sí dejamos de creer. Y en esto, creo, hay una gran pereza intelectual; me explico. Igual que madura con nosotros nuestro gusto artístico, pues produce un efecto placentero inmediato, no sucede así con nuestra Fe. La formación doctrinal es necesaria para nuestra Fe, del mismo modo que algunos hemos ido más allá del pa, pe, pi, po, pu. Dicho de forma clara: no podemos pretender que las creencias del niño, sirvan al inquieto adolescente o al adulto apoltronado. Además, nuestra Fe no aprueba todos nuestros actos, compromete nuestra entera existencia y exige (como todo lo que merece la pena) esfuerzo. Es muy cierto aquello de: el que no actúa como piensa, termina pensando según actúa. ¿Por qué será que cuando no hago lo que sé que debo hacer, me empiezo a plantear no sé qué duda sobre el misterio de la Santísima Trinidad?
Mira, haz lo que tienes que hacer, y si tu mente se rebela sobre ésta o aquella cuestión teológica, te puedo aconsejar unos cuantos libros. Otra cosa es que te convenzan, porque, amigo, no olvides que la Fe es, además, un don de Dios. Pero no te preocupes, es gratis; sólo tienes que pedirlo con humildad.