miércoles, 24 de febrero de 2010

Tolkien, el Norte y los nazis

El 18 de enero de 1945, J.R.R. Tolkien escribía a su hijo Christopher una carta en la que le decía:

son las cosas que tienen una significación racial y lingüística las que me atraen y se quedan en mi memoria. Aun así, espero que un día (si es tu deseo) seas capaz de profundizar en la intrigante historia de los orígenes de nuestro peculiar pueblo. Y de nosotros mismos, en particular.

El énfasis en el elemento germánico que Tolkien siempre puso en la génesis de Inglaterra podría –y así ha sido- dar lugar a malentendidos en una época de sospecha y revisionismo del pasado. Expresiones como “racial”, “nuestro peculiar pueblo” y “nosotros mismos” en una carta redactada a principios de 1945 pueden tener un cierto tufillo xenófobo, o excesivamente nacionalista. En la citada fecha, la derrota de la Alemania nazi estaba ya al alcance de la mano, pero durante los meses que precedieron el colapso definitivo del III Reich (mayo de 1945), el mundo conocería las abominaciones de los campos de exterminio.
Obviamente, Christopher Tolkien entendió perfectamente el sentido de las palabras de su padre; el lector sin prejuicios también, si recorre el epistolario completo del autor de El Hobbit. En sus cartas hay suficiente material que demuestra que el professor y escritor era un hombre sensato y honorable, que aborrecía el racismo y, sobra decirlo, la locura nazi. En un momento en el que Inglaterra parecía a punto de sucumbir bajo las bombas alemanas, Tolkien dejaba muy claro cuál era su visión de lo germánico y lo nórdico. La siguiente cita está extraída de una carta a su hijo Michael (9 junio, 1941):

La gente de nuestra tierra aún no se ha dado cuenta de que en los alemanes tenemos enemigos cuyas virtudes (y son virtudes) de obediencia y patriotismo son, con diferencia, mayores que las nuestras. Cuyos hombres valientes son tan valientes como los nuestros. Cuya industria es diez veces más grande. Y que ahora -bajo la maldición de Dios- están liderados por un hombre inspirado por un vertiginoso demonio enloquecido: un tifón, una pasión que hace que el pobre y viejo Kaiser parezca a su lado una viejecita haciendo punto.

He pasado la mayor parte de mi vida, desde que tenía tu edad, estudiando temas germánicos (en el sentido amplio que incluyen a Inglaterra y Escandinavia). Hay mucha más fuerza (y verdad) en el ideal “germánico” de lo que la gente ignorante imagina. Me sentí muy atraído por él al principio de mi carrera (cuando Hitler, supongo, flirteaba con la pintura y no tenía ni idea sobre esto), como reacción a los “clásicos”. Es necesario comprender lo bueno de las cosas para apreciar su verdadero mal. […] Sin embargo, supongo que sé ahora mejor que nadie cuál es la auténtica verdad tras este disparate “nórdico”. En cualquier caso, albergo en esta guerra un ardiente rencor privado -que probablemente haría de mí un mejor soldado ahora, a los 49, de lo que fui a los 22- contra Adolf Hitler, ese maldito y pequeño ignorante (lo extraño de la inspiración y el ímpetu demoníacos es que de ningún modo realza la talla puramente intelectual: afecta principalmente la mera voluntad). Está arruinando, pervirtiendo, malinterpretando y haciendo para siempre maldito ese noble espíritu nórdico, suprema contribución a Europa, que siempre amé e intenté presentar en su verdadera luz. Y por cierto, nunca éste fue más noble que en Inglaterra, ni más tempranamente santificado y cristianizado.

He querido abordar este tema, pese a que casi nadie creerá necesaria una aclaración en este sentido. Tolkien siempre defendería el genuino ideal nórdico, que nada tendría que ver con Hitler y su parafernalia de manipulación.

sábado, 20 de febrero de 2010

Agora no, Amenábar, Agora no

En noviembre del año pasado, leí un artículo publicado en el Ideal de Granada sobre Ágora (A. Amenábar, 2009). La entrega de los premios Goya hace unos días me anima a publicar lo que escribí en su día, junto a algunos comentarios más.
“Hipatia, una mirada contra la intolerancia”, del Dr Hernández Rojo comenzaba con una treta capciosa. Se nos habla de la película Katyn, que narra el asesinato de oficiales polacos a manos de los soviéticos en 1939, para luego analizar Ágora. La comparación entre los adiestrados pistoleros de Beria y la turba de fanáticos que asesinó a Hipatia es, de verdad, pura manipulación. Antes de concluir, el autor nos cuenta que los sectores más conservadores de la Iglesia Católica se han sentido incómodos con Ágora. No sé el motivo por el que el Dr Hernández asume que quienes han puesto de manifiesto los puntos débiles de la cinta hablan en nombre de la jerarquía eclesiástica. Sería tan absurdo como pensar que él habla en nombre de la productora.
Dicho esto, me gustaría hacer algunas precisiones más. La película no es -como se ha dicho- un alegato contra la intolerancia; lo hubiera sido si el director se hubiera mostrado más imparcial en sus juicios. Ágora es una cinta sobre buenos (Hipatia), menos buenos (los paganos) y malísimos (los cristianos). No, Ágora no es un alegato –para serlo debía haber sido más veraz y menos tendenciosa--; es más bien un panfleto propagandístico en contra de las primitivas comunidades cristianas, tomando como excusa para ello un hecho ciertamente brutal, pero aislado. La historia del anti-semitismo está plagada de distorsiones como ésta.
Porque, seamos honestos, ¿de veras se nos quiere hacer creer que las primitivas comunidades de cristianos eran los verdugos? ¿Acaso la realidad no es que ellos y ellas fueron perseguidos y masacrados, sistemáticamente, por distintos emperadores romanos? Al final resultará que, como decía Nerón, fueron los seguidores de Jesús los que verdaderamente prendieron fuego a Roma. Palabra de sicópata.
Dice el Dr. Hernández Rojo que Hipatia fue víctima de un poder político unido al poder religioso cristiano. No, no fue así: precisamente Hipatia se encontraba en el punto de tensión entre estos dos poderes, como tantos otros personajes en otros momentos históricos; me acuerdo ahora de Santo Tomás Beckett o de Santo Tomás Moro.
Una y otra vez durante estos días, Amenábar ha comentado lo arduo que ha sido la tarea de redactar el guión de su película. La Academia Española de Cine ha tenido a bien concederle 7 Goyas a Ágora, y el más relevante de los bustos ha sido para el libreto de la película. No podía ser de otra manera. Se legitima la historia que cuenta Amenábar, su trasfondo ideológico y su crítica a cualquier forma de religión institucionalizada. El resto de los “cabezones” ha premiado las cualidades técnicas de la película; con su presupuesto y las indudables tablas del director era casi de recibo que la película fuera un espectáculo visual. Pero por mucho que algunos digan, Ágora no ha triunfado: se quedó sin el Goya a la mejor película o al mejor director; ninguno de sus actores ha recibido premio alguno. La gran triunfadora, lo sabemos, ha sido Celda 211. Una buena película sin tanta metralla ideológica que me anima a seguir viendo, en ocasiones, cine español.

martes, 9 de febrero de 2010

La batalla de Krasny Bor: hace 67 años.

La noche del 9 de febrero de 1943, un ucraniano del Ejército Rojo se pasó al bando de los españoles de la "División Española de Voluntarios" o División Azul. Para el ex divisionario Ángel Salamanca, aquello “fue la señal inequívoca de que el ataque era inminente: llevaba ropa interior nueva, una costumbre local antes de la batalla para morir limpios y puros si caían abatidos en combate”. 5.900 soldados españoles estaban desplegados en el norte del pueblo de Krasny Bor, al sur de Leningrado, ciudad sitiada por los alemanes desde 1941. Los rusos habían decidido romper el cerco de la ciudad de Lenin, precisamente en Krasny Bor.
Antes de las 7’00 horas del 10 de febrero, 800 piezas de artillería soviética machacan durante dos horas las posiciones españolas; el
ataque es demoledor: “se decía que nunca caía un obús o un mortero donde ya había caído otro. Mentira. Caían por cientos, unos encima de otros, y al explotar esparcían metal caliente en todas direcciones” (testimonio de Ángel Salamanca, en la foto de la derecha). Después llegó el turno de la aviación, por si quedaba alguna duda.
Con un griterío ensordecedor 44.000 infantes rusos con esquíes se lanzan al ataque en diferentes oleadas. Les abren paso los KV-1 (abajo, izquierda) y los formidables T-34 (abajo, derecha). Pero el calor de las explosiones ha derretido la nieve y el barrizal frena a blindados y hombres. Los rusos no esperaban respuesta de las tropas españolas -¿quién habría sobrevivido al alud de fuego?-. Los supervivientes salen de sus refugios y responden al ataque.
Al final del día, han muerto 1.125 españoles, 1.036 están heridos y 91 han desaparecido; 300 cayeron prisioneros. Son las cifras más altas hasta entonces en una sola batalla. En el bando soviético el número de bajas es espeluznante: entre 7.000 y 9.000. El frente defendido por los españoles retrocede unos 3 kilómetros en algún sector y el Ejército Rojo recupera Krasny Bor, pero los divisionarios logran detener el avance, haciendo fracasar la ofensiva soviética. El cerco sobre Leningrado no se rompió y los rusos pasaron a la defensiva. Durante un año, el frente permaneció estable.
La División Azul fue oficialmente disuelta el 17 de noviembre y sus últimos expedicionarios abandonaron el frente del Este el 24 de diciembre de 1943.

jueves, 4 de febrero de 2010

El respeto a los animales

Acabo de leer un artículo de Rosa Montero (foto) en el que cuenta que el amor a los animales nos hace mejores personas. Días atrás se hablaba mucho en los medios de la iniciativa que algún partido político para que se prohíban las corridas de toros en Cataluña. Hace poco, la policía llevó a cabo una redada en un siniestro garito en el que se celebraban clandestinamente peleas de gallos, con toda suerte de espolones afilados, crestas cortadas, apuestas, dopping de los infelices plumíferos y otras barbaridades. Nunca he estado en una corrida de toros, ni creo que lleve a mis hijos a un espectáculo en el que, a mi juicio, el sufrimiento de un animal supera lo artístico del lance. El “animalismo”, que así se llama la filosofía que defiende los derechos de los animales, parece una actitud defendible, un índice del progreso de la civilización, pues “cuanto más culta y democrática sea una sociedad, menos cruel será con todos los seres vivos” -dice la escritora y periodista.
Hay, sin embargo, una clara perversión en el animalismo de la que no habla el artículo. Me refiero a que en su base subyace la asunción de que seres humanos y demás seres vivos merecen por igual el mismo respeto, por el mero hecho de existir. Más aún, se llega a perder el norte cuando se pretende tratar a los animales como personas, y a las personas como animales. Porque ¿dónde está el respeto por “todos los seres vivos”, cuando se defiende el aborto con la vehemencia con lo hace el partido del Gobierno? Gandhi –la señora Montero lo cita en su artículo- dijo “Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales”; en otro lugar, además, añadió: "Me parece tan claro como el día que el aborto es un crimen". Sin duda, estamos cayendo en esa obscena contradicción que la escritora denuncia en el caso de Adolf Hitler, quien no soportaba que se cociera viva a una langosta, al tiempo que orquestaba el exterminio de millones de seres humanos.
Me hubiera gustado, señora Montero, que llevara su razonamiento hasta sus últimas –y más importantes- consecuencias: toda animal merece respeto; más que ningún otro el ser humano; y, muy en especial, el no nacido.

Beowulf MS

Beowulf MS
Hwaet!