miércoles, 27 de junio de 2012

El santo de las cosas pequeñas

Hoy, después de asistir en la Catedral de Jaén a la Santa Misa en honor de San Josemaría Escrivá, he ido con tres de mis hijos a tomarme unas hamburguesas. Como mi hija mayor llevaba un bolsito, le he dado mi móvil y mi billetera, por no llevarlos en los bolsillos mientras comía -pues me resulta incómodo-. Por algún motivo, me he quedado con las llaves del coche.
Al poco, llega un muchacho gitano, de unos 20 años, con dos niñas pequeñas, y se sientan en una mesa cerca de la nuestra. La madre esperaba frente al mostrador a que le entregaran la bandeja. Me ha llamado la atención que fuera la joven (también gitana) quien se quedara esperando el pedido. El caso es que, justo antes de que nos dispusiéramos a irnos, ella ha llegado con la comida. Tendría algún año menos que el muchacho. Ninguno de los dos tenía mal aspecto y las dos niñas eran dos primores.
Tras abandonar el local y cruzar la avenida, instintivamente echo la mano al bolsillo derecho buscando el móvil. En décimas de segundo busco con la vista la correa que debe pender de alguno de los hombros de mi hija. "Oye, ¿y tu bolso?" Se queda de piedra y vuelve corriendo, con su hermano, a la hamburguesería. Ya estoy mentalmente rezándole al fundador de la Obra. Más despacio, pues voy con el de cuatro años, voy también al sitio. Resulta que los señores sentados en nuestra mesa han visto a la pareja gitana coger el bolsito y marcharse, sin terminar. Pienso: mi móvil, mis tarjetas, mi DNI, otros carnets y unas cuantas monedas; mi hija llevaba su DNI y su móvil. Sigo rezando. La dejo con el peque, y con Jaime (11 años) corro en la primera dirección que se me ocurre: no ha habido tiempo material de que estén muy lejos, y además van con las dos niñas. Jaime maldice y suelta algunos tacos ("este hijo mío"- pienso), pero no vemos a nadie. Otra estampa a San Josemaría.
Vuelvo a donde están Alba y el pequeño. Ella se pone a llorar y me dice que lo siente: "Hay que tener más cuidado", le digo, conteniéndome. Pienso en cómo cancelar tarjetas, móvil, joder, me voy de congreso la semana próxima,...a trompicones, más oración. Nos montamos en el coche con la intención de volvernos a casa y cancelar, cancelar, cancelar (pero ¿qué van a hacer sin los códigos de las tarjetas?) Probablemente tirarán el bolso a una papelera, es pequeño. 
"Jaime", le digo mientras arranco, "abre bien los ojos, a ver si los ves". "¡Alba!", él está agitado, "¡mira tú también!". Pero Alba ni siquiera había reparado en la joven pareja. El pequeño, sentado en su asiento, se mete el dedo pulgar en la boca; lo hace siempre que va a dormir. Elijo una ruta; en realidad, no elijo, pues tomo la de siempre: soy de piñón fijo, como dice mi esposa. "¡Ahí está el padre!" -dice Jaime, al subir por una avenida. Se lo ha tomado muy en serio: la ventanilla del coche bajada, la cabeza fuera, mirando como quien busca un taxi. Paro el coche, en cuanto puedo, y me lanzo a la carrera en dirección a la pareja; Jaime viene conmigo: es pura adrenalina; yo también. Era un tipo fuerte, creo. Habrá que enseñar los dientes. Como diga de pincharme...Rebaso a la madre con las dos niñas y me encaro con el muchacho: "¡Devuélveme lo que me has cogido!", mientras hago el típico movimiento con la mano derecha. No parece sorprenderse, y empieza a emitir sonidos entrecortados. Resulta que es mudo. Llega la madre y me dice que han tirado el bolso en un contenedor de basura, más arriba. "Pues ahora mismo, me acompañáis a donde está". Se muestran dóciles, y ella empieza a decir una serie de mentiras hilvanadas sobre la marcha. Está muy tranquila, y yo me voy calmando. El muchacho señala con el dedo e intenta explicarme que ha sido la niña mayor la que ha cogido el bolso. La madre ratifica la versión del joven, pero la niña protesta: "¡Yo no lo he cogido!". Sonrío, no tiene sentido discutir.


Unos minutos después (ella insiste en explicarme que lo ha tirado, porque para qué lo quiere), llegamos al dichoso contenedor. "¡Coge el bolso!" ordena la joven al muchacho. Se inclina sobre el borde, mete la mano y ahí está. "Comprueba que lo tienes todo", me dice. "Yo, ¿para qué quiero un bolso lleno de tarjetas?". Supongo que es la desfachatez que da la necesidad. No salgo de mi asombro, pero estoy tan contento de haber recuperado la billetera, que no reparo en lo que dice. Está completa, todas las tarjetas y mi DNI; sólo faltan unas monedas. No se las voy a pedir. Está también la estampa de San Josemaría que un muchacho me entregó al entrar en la Catedral. "Toma, esto para ti" -le digo a la madre; está claro que ella lleva la voz cantante. "¿Esto qué es?", pregunta y por primera vez, veo sorpresa en sus ojos. "Una estampa de un santo, para que le reces". Miro a la pequeña, y le paso suavemente el dedo índice por la mejilla; me sonríe abiertamente. Nos marchamos en busca del coche, con prisa; quiero darle la buena noticia a Alba. A unos metros del vehículo, levanto el bolso con la mano derecha, a modo de trofeo.
Cuando entro en el coche, Alba está feliz. "¿Has rezado?" -le pregunto. "Sí, a San Josemaría, y a la abuela".

3 comentarios:

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  2. Doctor Olivares, su narración es entretenida, refrescante y dulce. En medio de hechos cotidianos ha tomado un evento que para la mayoría hubiera sido la excusa perfecta para arruinar un hermoso día familiar, y lo ha mostrado de tal forma, que ha permitido conocer las necesidades de otros. ¡Al parecer las oraciones le ayudaron a encontrar algo mas que el bolso!

    Luz Cruz
    Colombia

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  3. Estimada Luz Dary, me da mucha alegría leer tu amable comentario, que agradezco enormemente. Un saludo cordial.

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Beowulf MS

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Hwaet!