domingo, 27 de marzo de 2011

Rostros con historia (43)

Hemos asistido emocionados al regreso de Jaimemarlow a esta serie de entradas. En un mensaje claro y concreto (casi lacónico), ha resuelto el misterio del rostro:

"El actor es Darby Jones, la película I Walked with a Zombie (Jacques Tourneur, 1943) y el nombre del personaje es... Carrefour".

Este actor californiano  (1910-1986) participó en varias películas de Tarzán y, la verdad sea dicha, su rostro era siempre el mismo.



Rostros con historia (42)

Lui identificó al personaje de la foto; con entusiasmo escribe:
"Es Vampira, de la mítiquisima Plan 9 from outer Space, del director Ed Wood. Además, estoy segura de que es ella". Luego añade, que la actriz  es Maila Nurmi (1921-2008). 
Esta bella actriz finlandesa fue, además, la estrella de series televisivas de terror que se proyectaron en los USA durante finales de los 50. Vampira aparecía y presentaba el capítulo cada noche. La audiencia subió, especialmente en 1954-1955.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Un relato de vampiros, por Rubén Darío

Recientemente, he dado con un relato de Rubén Darío (1867-1916) que trata someramente del vampirismo. Aquí lo tenéis.

"Thanatopía"

-Mi padre fue el célebre doctor John Leen, miembro de la Real Sociedad de Investigaciones Psíquicas, de Londres, y muy conocido en el mundo científico por sus estudios sobre el hipnotismo y su célebre Memoria sobre el Old. Ha muerto no hace mucho tiempo. Dios lo tenga en gloria. (James Leen vació en su estómago gran parte de su cerveza y continuó):

-Os habéis reído de mí y de lo que llamáis mis preocupaciones y ridiculeces. Os perdono porque, francamente, no sospecháis ninguna de las cosas que no comprende nuestra filosofía en el cielo y en la tierra, como dice nuestro maravilloso William. No sabéis que he sufrido mucho, que sufro mucho, aun las más amargas torturas, a causa de vuestras risas... Sí, os repito: no puedo dormir sin luz, no puedo soportar la soledad de una casa abandonada; tiemblo al ruido misterioso que en horas crepusculares brota de los boscajes en un camino; no me agrada ver revolar un mochuelo o un murciélago; no visito, en ninguna ciudad, los cementerios; me martirizan las conversaciones sobre asuntos macabros, y cuando las tengo, mis ojos aguardan para cerrarse, al amor del sueño, que la luz aparezca.

Tengo horror de.. ¡oh Dios! de la muerte. Jamás me harían permanecer en una casa donde hubiese un cadáver, así fuese el de mi más amado amigo. Mirad: esa palabra es la más fatídica de las que existen en cualquier idioma: cadáver. Os habéis reído, os reís de mí: sea. Pero permitidme que os diga la verdad de mi secreto. Yo he llegado a la República Argentina, prófugo, después de haber estado cinco años preso, secuestrado miserablemente por el doctor Leen, mi padre, el cual, si era un gran sabio, sospecho que era un gran bandido. Por orden suya fui llevado a la casa de salud; por orden suya, pues, temía quizás que algún día me revelase lo que él pretendía tener oculto. Lo que vais a saber, porque ya me es imposible resistir el silencio por más tiempo.

Os advierto que no estoy borracho. No he sido loco. Él ordenó mi secuestro, porque... Poned atención.

(Delgado, rubio, nervioso, agitado por un frecuente estremecimiento, levantaba su busto James Leen, en la mesa de la cervecería en que, rodeado de amigos, nos decía esos conceptos. ¿Quién no le conoce en Buenos Aires? No es un excéntrico en su vida cotidiana. De cuando en cuando suele tener esos raros arranques. Como profesor, es uno de los más estimables en uno de nuestros principales colegios, y, como hombre de mundo, aunque un tanto silencioso, es uno de los mejores elementos jóvenes de los famosos cinderellas dance. Así prosiguió esa noche su extraña narración, que no nos atrevimos a calificar de fumisterie, dado el carácter de nuestro amigo. Dejamos al lector la apreciación de los hechos.)

-Desde muy joven perdí a mi madre, y fui enviado por orden paternal a un colegio de Oxford. Mi padre, que nunca se manifestó cariñoso conmigo, me iba a visitar de Londres una vez al año al establecimiento de educación en donde yo crecía, solitario en mi espíritu, sin afectos, sin halagos. Allí aprendí a ser triste. Físicamente era el retrato de mi madre, según me han dicho, y supongo que por esto el doctor procuraba mirarme lo menos que podía. No os diré más sobre esto. Son ideas que me vienen. Excusad la manera de mi narración.

Cuando he tocado ese tópico me he sentido conmovido por una reconocida fuerza. Procurad comprenderme. Digo, pues, que vivía yo solitario en miespíritu, aprendiendo tristeza en aquel colegio de muros negros, que veo aún en mi imaginación en noches de luna. ¡Oh cómo aprendí entonces a ser triste! Veo aún, por una ventana de mi cuarto, bañados de una pálida y maleficiosa luz lunar, los álamos, los cipreses -¿por qué había cipreses en el colegio?- y a lo largo del parque, viejos Términos carcomidos, leprosos de tiempo, en donde solían posar las lechuzas que criaba el abominable septuagenario y encorvado rector -¿para qué criaba lechuzas el rector?- Y oigo, en lo más silencioso de la noche, el vuelo de los animales nocturnos y los crujidos de las mesas y una media noche, os lo juro, una voz: James. ¡Oh voz!

Al cumplir los veinte años se me anunció un día la visita de mi padre. Alegréme, a pesar de que instintivamente sentía repulsión por él: alegréme, porque necesitaba en aquellos momentos desahogarme con alguien, aunque fuese con él. Llegó más amable que otras veces, y aunque no me miraba frente a frente, su voz sonaba grave, con cierta amabilidad. Yo le manifesté que deseaba, por fin, volver a Londres, que había concluido mis estudios; que si permanecía más tiempo en aquella casa, me moriría de tristeza. Su voz resonó grave, con cierta amabilidad para conmigo:

-He pensado, cabalmente, James, llevarte hoy mismo. El rector me ha comunicado que no estás bien de salud, que padeces de insomnios, que comes poco. El exceso de estudios es malo, como todos los excesos. Además, quería decirte, tengo otro motivo para llevarte a Londres. Mi edad necesita un apoyo y lo he buscado. Tienes una madrastra, a quien he de presentarte y que desea ardientemente conocerte. Hoy mismo vendrás, pues, conmigo. ¡Una madrastra! Y de pronto se me vino a la memoria mi dulce y blanca y rubia madrecita, que de niño me amó tanto, me mimó tanto, abandonada casi por mi padre, que se pasaba noches y días en su horrible laboratorio, mientras aquella pobre y delicada flor se consumía. ¡Una madrastra! Iría yo, pues, a soportar la tiranía de la nueva esposa del doctor Leen, quizá una espantable bluestocking, o una cruel sabihonda, o una bruja. Perdonad las palabras. A veces no sé ciertamente lo que digo, o quizá lo sé demasiado.

No contesté una sola palabra a mi padre, y, conforme con su disposición tomamos el tren que nos condujo a nuestra mansión de Londres.

Desde que llegamos, desde que penetré por la gran puerta antigua, a la que seguía una escalera oscura que daba al piso principal, me sorprendí desagradablemente: no había en casa uno solo de los antiguos sirvientes. Cuatro o cinco viejos enclenques, con grandes libreas flojas y negras, se inclinaban a nuestro paso, con genuflexiones tardías, mudos. Penetramos al gran salón. Todo estaba cambiado: los muebles de antes estaban substituidos por otros de un gusto seco y frío. Tan solamente quedaba en el fondo del salón un gran retrato de mi madre, obra de Dante Gabriel Rossetti, cubierto de un largo velo de crespón.

Mi padre me condujo a mis habitaciones, que no quedaban lejos de su laboratorio. Me dio las buenas tardes. Por una inexplicable cortesía, preguntéle por mi madrastra. Me contestó despaciosamente, recalcando las sílabas con una voz entre cariñosa y temerosa que entonces yo no comprendía:

-La verás luego. Que la has de ver es seguro, James. Adiós.- Ángeles del Señor, ¿por qué no me llevasteis con vosotros? Y tú, madre, madrecita mía? my sweet Lily, ¿por qué no me llevaste contigo en aquellos instantes? Hubiera preferido ser tragado por un abismo o pulverizado por una roca, o reducido a ceniza por la llama de un relámpago.

Fue esa misma noche, sí. Con una extraña fatiga de cuerpo y de espíritu, me había echado en el lecho, vestido con el mismo traje de viaje. Como en un ensueño, recuerdo haber oído acercarse a mi cuarto a uno de los viejos de la servidumbre, mascullando no sé qué palabras y mirándome vagamente con un par de ojillos estrábicos que me hacían el efecto de un mal sueño. Luego vi que prendió un candelabro con tres velas de cera. Cuando desperté a eso de las nueve, las velas ardían en la habitación. Lavéme. Mudéme. Luego sentí pasos, apareció mi padre. Por primera vez, ¡por primera vez!, vi sus ojos clavados en los míos. Unos indescriptibles ojos, os lo aseguro; unos ojos como no habéis visto jamás, ni veréis jamás: unos ojos con una retina casi roja, como ojos de conejo; unos ojos que os harían temblar por la manera especial con que miraban.

-Vamos hijo mío, te espera tu madrastra. Está allá, en el salón. Vamos.

Allá, en un sillón de alto respaldo, como una silla de coro, estaba sentada una mujer.

Ella...

Y mi padre:

-¡Acércate, mi pequeño James, acércate!

Me acerqué maquinalmente. La mujer me tendía la mano. Oí entonces, como si viniese del gran retrato, del gran retrato envuelto en crespón, aquella voz del colegio de Oxford, pero muy triste, mucho más triste: ¡James!

Tendí la mano. El contacto de aquella mano me heló, me horrorizó. Sentí hielo en mis huesos. Aquella mano rígida, fría, fría. Y la mujer no me miraba. Balbuceé un saludo, un cumplimiento. Y mi padre:

-Esposa mía, aquí tienes a tu hijastro, a nuestro muy amado James. Mírale, aquí le tienes; ya es tu hijo también.- Y me miró. Mis mandíbulas se afianzaron una contra otra. Me poseyó el espanto: aquellos ojos no tenían brillo alguno. Una idea comenzó, enloquecedora, horrible, horrible, a aparecer clara en mi cerebro. De pronto, un olor, olor... ese olor, ¡madre mía! ¡Dios mío! Ese olor -no os lo quiero decir- porque ya lo sabéis, y os protesto: lo discuto aún ; me eriza los cabellos.

Y luego brotó de aquellos labios blancos, de aquella mujer pálida, pálida, pálida, una voz, una voz como si saliese de un cántaro gemebundo o de un subterráneo:

-James, nuestro querido James, hijito mío, acércate; quiero darte un beso en la frente, otro beso en los ojos, otro beso en la boca...

No pude más. Grité:

— ¡Madre, socorro! ¡Ángeles de Dios, socorro! ¡Potestades celestes, todas, socorro! ¡Quiero partir de aquí pronto, pronto; que me saquen de aquí!

Oí la voz de mi padre:

-¡Cálmate, James! ¡Cálmate, hijo mío! Silencio, hijo mío.
-No -grité más alto, ya en lucha con los viejos de la servidumbre . Yo saldré de aquí y diré a todo el mundo que el doctor Leen es un cruel asesino; que su mujer es un vampiro; ¡que está casado mi padre con una muerta!

Rostros con historia (43)

Como veo que la cosa vuelva a animarse en esta sección, aquí tenéis otra foto de todo un clásico. Os doy una pista: el nombre del personaje es muy comercial.
¿Actor, personaje y película?

jueves, 17 de marzo de 2011

Rostros con historia (42)

Ya iba tocando algún rostro cinematográfico para identificar.
Personaje, actriz y película.

martes, 15 de marzo de 2011

Ilustrando Beowulf (II)

(viene de http://eugenioolivares.blogspot.com/2011/03/ilustrando-beowulf-i.html)
La segunda ilustración aparece en la página 12, con la leyenda "Beowulf replies haughtily to Hunferth".
El rey de los daneses, Hrothgar, recibe al Beowulf con un banquete en el Hall of Heorot. Uno de los hombres de confianza del primero, movido por los celos hacia el recién llegado, pone en evidencia al héroe Beowulf, recordándole un episodio de su juventud y anticipando su derrota ante Grendel (vv. 506-28). El héroe geata, sin perder la compostura, pero con altanería (dice la autora del libro), responde a Hunferth. Tras echarle en cara su embriaguez, explica lo que realmente ocurrió en el episodio referido por el danés, y finalmente le acusa de ser el asesino de sus propios hermanos. No debemos olvidar que matar a los de la propia sangre es un crimen abominable, del que fue culpable Caín, antepasado de Grendel.
En la ilustración de Bacon aparece, por primera vez, el héroe Beowulf; joven y fornido, apoya su pie derecho sobre un banco, al tiempo que alza su mano derecha, con ademán convincente. A su derecha, tres guerreros sentados escuchan con atención. Uno de ellos, el más próximo, está inclinado, en señal de sumisión. Al otro lado de la mesa (que anacrónicamente está cubierta por un mantel), los otros dos, con poblados bigotes, siguen absortos las palabras del héroe. 
Al fondo de la ilustración, ataviado como un rey y con aspecto de anciano, Hrothgar también escucha, sentado en su trono; su cabeza está a la misma altura que la del geata, un detalle que confiere a ambos la misma dignidad. Parcialmente oculto, a la izquierda del soberano, advinamos a Hunferth: su cabeza está ligeramente hundida entre los hombros, indicando así lo comprometido de su situación, debido a las palabras de Beowulf. 
A ambos márgenes del dibujo, aparecen dos coperos, portando en sus manos, cuernos con bebida.
Las palabras del héroe son seguidas por la aprobación del rey y las risas de los demás comensales, que declaran a Beowulf vencedor de este intercambio dialéctico. Inmediatamente después, la reina Wealtheow ofrece bebida a los asistentes (vv. 607ss). Las mujeres del poema (en su mayoría) actúan como garantes de la armonía en este universo, épico y masculino, donde cualquier ofensa puede acabar en violenta disputa.
Esta segunda ilustración me recuerda, no puedo evitarlo, los excelentes dibujos de Hal Foster (1892-1982) para Prince Valiant.

jueves, 10 de marzo de 2011

Ilustrando Beowulf (I)

J. H. F. Bacon (1865/8-1914) fue un pintor londinense que, en 1910 ilustró el capítulo dedicado al poema Beowulf en el libro Hero-Myths and Legends of the British Race, de Maud Isabel Ebbutt (London: G.G. Harrap and Co). Me apetecía incluir aquí los grabados en blanco y negro de Bacon, junto a algunos comentarios.

El primer dibujo (página 4) ilustra la presentación de Grendel y su primer ataque a los daneses, descrito a partir del verso 86 del poema original. La autora de esta versión dice traducir directamente del poema original, si bien se salta algunos versos. La ilustración anterior lleva la siguiente leyenda: "The demon of evil, with his fierce ravening, greedily grasped them", una traducción resumida de los versos 120-123 del poema.
La criatura es presentada como una especie de humanoide, de tamaño ligeramente superior al del hombre, cubierto de escamas, y con una enorme cabeza (sin cuello) que hace pensar en un anfibio monstruoso (Grendel mora en una gruta, a la que se accede desde el fondo de una laguna), de orejas puntiagudas, típicas de un ente diabólico. Las extremidades terminan en garras (como dice el poema) descomunales, de cinco dedos las superiores y tres las inferiores.
El monstruo arrastra a su guarida los cuerpos de seis guerreros, totalmente desnudos: se ven seis cabezas y parte de los cuerpos de cuatro víctimas. El artista intenta reflejar un hecho narrado en el poema: Grendel mata a 30 daneses (llevándose 15 a su morada para la cena). Hay cierta dosis de realismo a la hora de presentar a las víctimas: una tiene un brazo arrancado; otra parece estar aún viva (con los ojos semiabiertos); y, debajo de las piernas de Grendel, se ve gotear la sangre.
Contrasta el poder y la fuerza descomunales de la criatura, frente a la indefensión de los desdichados guerreros.
Grendel parece avanzar por la espesura de la hierba. Al fondo se ve un paisaje montañoso, y la luna parcialmente cubierta por las nubes; el mosntruo -dice el poema- sólo ataca por las noches.

miércoles, 9 de marzo de 2011

La esperanza

Emily Dickinson (1830-1886) pasó los últimos años de su vida recluida en casa de su padre, por voluntad propia; se consideraba "huésped de sí misma". Y sin embargo, no me atrevo a imaginármela sumida en el desconsuelo, quizás después de leer un poema suyo, "Hope Is The Thing With Feathers".


Hope is the thing with feathers 
La esperanza es la cosa con plumas
That perches in the soul, 
Que se posa en el alma,
And sings the tune--without the words, 
Y canta la melodía -sin palabras,
And never stops at all,
Y nunca cesa,


And sweetest in the gale is heard; 
Y más dulce se la oye en el temporal;
And sore must be the storm 
Y fiera ha de ser la tormenta
That could abash the little bird 
Que pudiera derribar al pequeño pájaro
That kept so many warm.
Que a tantos confortó.


I've heard it in the chilliest land, 
Yo lo he oído en las tierras más frías,
And on the strangest sea; 
Y en el más remoto de los mares;
Yet, never, in extremity, 
Pero nunca, pese a todo,
It asked a crumb of me.
Ni una migaja me pidió.

lunes, 7 de marzo de 2011

El muchacho y la muerte

Creo que no tiene sentido decir que alguien "está muerto", para indicar lo contrario de "estar vivo". Lo segundo, como "estar cansado", "estar contento" o "estar enfermo", indica un estado del hombre, con una duración mayor o menor. La muerte, por contra, no es un estado, sino un hecho puntual que determina el final de la vida de un hombre, como el nacimiento marca su inicio.
Anoche murió un compañero de clase de mi hijo mayor. Tenía casi 17 años; tenía los ojos azules; tenía una novia guapa; tenía gracia; y tenía una moto...
La muerte es grosera, porque nunca viene invitada. Y cuando se va, da un portazo, que resuena en nuestros oídos un tiempo, y luego se olvida, hasta que lo oímos de nuevo.
La muerte es grosera, porque muestra a las madres sin maquillar, con todos sus años encima; porque muestra a los padres llorando como niños, con todas sus debilidades.
La muerte es grosera, porque se lleva a un muchacho de su cama, de su pijama, de sus libros, de sus zapatillas de deporte, de su cepillo de dientes, y los deja ante nuestros ojos, para que sepamos que él ya no está.
Pero lo peor de todo es que la muerte, con su parafernalia mórbida, nos seduce a pensar que es un estado del hombre, con una duración infinita. El tanatorio, el féretro, el coche fúnebre, los de la funeraria -mal afeitados, con su duelo de quitaypón-, las horribles coronas de flores, los pésames interminables; todo eso (el protocolo de la muerte) puede ocultar esa otra realidad, grabada como anhelo en el fondo de nuestra alma: que el hombre muere para nacer a otra vida, eterna, para la que fue creado.
No le pido a Dios (porque es inútil) que me libre del sufrimiento de ver morir a los seres queridos. Le pido que me de fuerzas para no dejarme seducir por el atractivo oscuro, masoquista, de la muerte.

Beowulf MS

Beowulf MS
Hwaet!