domingo, 31 de mayo de 2009

Libros

He decidido incluir esta entrada, sobre todo de cara a mis alumnos y compañeros de profesión, anglistas como yo. Como investigador en literatura inglesa, medieval y renacentista, éstos son los libros que he publicado, desde el más antiguo hasta el último.





Del amor, los caballeros y las damas. Hacia una caracterización de la 'cortaysye' en Sir Gawain and the Green Knight. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Jaén, 1998.



Se trata del típico libro salido de una tesis doctoral. Abordo el estudio del romance artúrico inglés del siglo XIV Sir Gawain and the Green Knight, centrándome en su personaje principal, Gawain. Intento demostrar que el poeta anónimo caracteriza la virtud de la que hace gala este caballero, la cortesía, de modo distinto a como aparece en los romances artúricos franceses.







Cuando mi buen amigo el Dr Eduardo Salas Romo, del Departamento de Teoría de la Literatura de la Universidad de Jaén, me pidió colaborar en la colección de libros que él dirigía, como Presidente del AMPA del Colegio de la Encarnación de Guadix, decidí traducir al castellano la segunda parte del poema Anglosajón Beowulf. En ese momento me encontraba trabajando en un artículo sobre todas las traducciones/versiones españolas del poema, y decidí hacer la mía. Elegí para la ocasión unas ilustraciones, preparé un prólogo, unas breves notas y se publicó esta "obrita" a la que le tengo tanto afecto: Béowulf y el Dragón. Colección "Valores Universales"Guadix: Asociación de Madres y Padres de Alumnos "Obispo Rincón", 2007.


El día de la presentación del libro, me lo pasé en grande. Gracias, Eduardo.




Quería haber sacado este libro para el quinto centenario del nacimiento de Margaret More Roper (2005), pero las cosas se retrasaron. La obra contiene una biografía de la hija mayor de Thomas More (la primera en nuestra lengua) y su epistolario. Mi intención ha sido reivindicarla figura de esta mujer, la más brillante dela Inglaterra del siglo XVI, que sigue siendo una desconocida.
'Padre Mío Bueno'. Margarita Moro Roper: Perfil biográfico y epistolario. Madrid: Rialp, 2007.
Algunos vínculos sobre el libro:

sábado, 30 de mayo de 2009

San Fernando y Jaén


Hoy es 30 de mayo, fiesta de San Fernando (1198/1201-1252) y me apetece escribir algo de este santo. Resulta que fue él quien en 1246 arrebató la ciudad de Jaén –donde vivo- a los Sarracenos y construyó el Castillo de Santa Catalina, aprovechando y ampliando la fortaleza árabe que defendía la ciudad. De pequeño solía subir mucho con mi padre al castillo. Hoy se ha convertido en Parador Nacional y es visita obligada para los turistas que vienen a nuestra ciudad (junto a la Catedral y a los Baños Árabes). Algunos dicen que hasta tiene un fantasma: desde luego, no es San Fernando, pues su alma desde hace siglos descansa en paz.
En 1217 Fernando fue coronado Rey de Castilla y en 1230 heredó la corona de León, aunque sin poder evitar una guerra civil, ya que muchos se oponían a la unión de los dos reinos. Eligió como consejeros a los hombres más sabios del Estado y tenía mucho cuidado en no sobrecargar a sus vasallos con impuestos, por temer más, según decía, la maldición de una vieja pobre que a un ejército entero de sarracenos. Siguiendo el consejo de su madre (noi que ría problemas con ella) Fernando se casó con Beatriz, la hija de Felipe de Suabia, Rey de Alemania, una de las princesas más virtuosas de la época. Anticipando lo que se le venía encima y sabiendo que el matrimonio no es cosa sencilla, pasó una noche entera rezando, pidiendo a Dios que bendijera su nuevo hogar; Dios le hizo caso. De esta unión nacieron diez hijos, de los cuales siete llegaron a la vida adulta: seis príncipes y una princesa. Debió agradarle a D. Fernando la experiencia marital, y como un rey si reina pinta poco, al enviudar casó en 1237 con
Juana de Danmartín, de la que tuvo cinco hijos. San Fernando había entendido muy bien que los hijos eran una bendición.
Ha quedado constancia de que era un hombre de palabra y cumplía lo prometido, aunque le costara muchos sacrificios. Sus mismos adversarios sabían que él se atenía siempre los pactos que hacía. Las metas más altas en la vida de Fernando fueron la propagación de la fe y la liberación de España del invasor sarraceno: sólo los reinos de Granada y Alicante permanecieron a su muerte, aunque francamente mermados. En las ciudades más importantes que reconquistó fundó obispados, restableció el culto católico por todas partes, construyó iglesias, fundó monasterios e hizo donaciones a hospitales. Convirtió en catedrales las grandes mezquitas de esos lugares, dedicándolas a la Santísima Virgen. Vigilaba la conducta de sus soldados para evitar el desmadre después de la batalla, confiando más en la virtud que en el valor de ellos; él mismo ayunaba estrictamente antes del combate En medio del tumulto del campamento, vivía como un religioso en el claustro. Fundó la Universidad de Salamanca, pues de su padre Alfonso X, el Sabio, había heredado el gusto por las letras.
Fernando fue enterrado en la gran catedral de Sevilla ante la imagen de la Santísima Virgen, vestido, según su propia petición, con el hábito de la Tercera Orden de San Francisco. Ocurrieron muchos milagros junto a su sepulcro, y Clemente X lo canonizó en 1671. Su cuerpo sigue incorrupto, pudiéndose contemplar en el 30 de mayo. Esto, es verdad, me da un poco de repeluz.

San Fernando tenía una religisidad, cómo decirlo, medieval. Pero es también ejemplo para el creyente moderno: sin miedo a tener una familia grande, hombre de oración, y enamorado de la Virgen. También para los no creyentes, Fernando, a secas, puede enseñarnos a echarle un par de bujías a la vida, a ser fieles a la palabra dada y a ser amigos de nuestros amigos.

jueves, 28 de mayo de 2009

Los Madelman y una caja de zapatos


Escritores y poetas como Baudelaire, Saint-Exupery, Delibes y Rilke han coincidido en señalar que la infancia es la verdadera y única patria del hombre. Nuestros padres y hermanos, el hogar donde crecimos, los amigos, el parque, el cura, la primera casi-novia, las ilustraciones de los libros de texto, los tebeos y nuestros juguetes. Para mí, al menos, ése es mi álbum de fotos infantil. Y creo que no me equivoco si destaco, de entre todos los objetos que utilizábamos para nuestros juegos en pantalón corto y zapatillas de casa, a los Madelman, unas figuras articuladas de hombres de acción, auténtico producto Made in Spain, que se comercializaron en nuestro país y en parte de Europa desde 1968 a 1982.
Me pregunto dónde está la clave para que aquellos muñecos fueran las estrellas indiscutibles de nuestras horas de juego. Tirados en el suelo o en el sofá, dentro de la bañera, en el campo o en los viajes que hacíamos en el 600 de nuestros padres, allí estaban estas figuras. ¡Qué importaba que fueran un poco cabezones o que no tuvieran pies! Algunas veces nos hubiera gustado que sus dedos tuvieran otra postura o que estuvieran más vistosos en paños menores, pero no había duda de que uniformados y con sus complementos los Madelman eran una maravilla. Nos quedábamos extasiados mirándolos y luego comenzaba la aventura. Lo mejor de todo era, quizás, que podíamos jugar sin compañía. Un muñeco era un aventurero, un héroe solitario, o un soldado que había perdido su compañía. Los Reyes Magos, un cumpleaños, las buenas notas a final de curso, eran la ocasión para pedir un Madelman. Las cajas traían unas ilustraciones de lujo, los complementos tenían una calidad poco común para la época. En fín, faltaba tiempo para rasgar el plástico que envolvía la caja de nuestros sueños.
Todos los que jugamos en su día con los Madelman, jugábamos a ser mayores en nuestros muñecos. Ellos tenían nuestra personalidad, y aunque se tratara de un trampero, un pirata o un Piel Roja (todos sabíamos que nunca nos convertiríamos en ninguno de ellos), nos proyectábamos en nuestros muñecos y, en cierto modo, íbamos madurando. Sí, madurando, porque tomábamos decisiones, afrontábamos el peligro -incluso la muerte-, compartíamos los víveres o el caballo y ayudábamos al herido. En aquella España del Nodo, del Un, Dos, Tres, de la Mirinda y de los turistas en las Costa del Sol, nosotros jugábamos a ser adultos.
Los madelman eran, además, un juguete pedagógico, porque desarrollábamos la imaginación, creando escenarios entre los libros de nuestra sala de estar, bajo la cama o descendiendo por el armario de nuestro dormitorio. Había amistad, tragedia y traición en nuestros juegos. También heroísmo y sacrificio. Y siempre peligro. También desarrollábamos las habilidades manuales: cuántos trajes hechos con papel higiénico, algodón o los retales de nuestra madre. Lo que les faltaba de detalle, lo suplía nuestro entusiasmo. Éramos felices cuando jugábamos con ellos. Además, estos muñecos estimulaban la curiosidad y a más de uno, los Madelman le llevaban al cine o a leer. Queríamos saber más sobre los Pieles Rojas, los forajidos del Salvaje Oeste, o la Guerra Mundial. Estoy convencido de que innumerables vocaciones profesionales han salido de esas tardes de juego en las que llovía demasiado para salir a la calle. En el bidón de Colón esperaban, fieles a la cita, aquellos muñecos.

¿Podrían haberse mejorado? Sin duda. Las rodillas se rompían tras el ejercio continuado; pero tengo amigos que castigan sus rótulas hasta la extenuación con el paddel. Los pulgares se partían si se forzaban al asir algo y, entonces, había que darles una incapacidad casi del 100%. Nos hubiera gustado tener un avión mono plaza (que nunca se fabricó), pero para eso estaba el helicóptero y su magnífico piloto. Un barco hubiera sido la delicia tanto de los niños como de sus piratas, pero nunca surcó los océanos: el tamaño no lo hizo viable. Pero el mar nunca estuvo vetado a nuestros juegos, para eso estaban el buzo o el hombre rana. Eran perfectos.

Cuarenta años después de su lanzamiento en 1968, sorprende ver cómo los creadores de esta figura anticiparan el impacto que tendrían los productos de merchandising (perdón por el anglicismo) cinematográfico. Coincidiendo con el lanzamiento de la película 2001: una Odisea del Espacio los fabricantes de Madelman lanzaron al mercado su modelo 2001, inspirado en los astronautas que aparecen en el film de Kubrick. El año pasado, uno de los pocos ejemplares que quedan de la figura original que se comercializó, con su caja azul incluida, alcanzó el precio de 3210 euros en un conocido portal de subastas de internet: como dice mi amigo Mateo: "¡Toma bola, niño!" http://www.elmundo.es/mundodinero/2007/10/29/economia/1193674924.html

Otras cosas llaman también la atención. Los Madelman eran políticamente correctos, pues entre sus maniquíes había negros (aunque uno fuera porteador y le llevara el fardo al cazador blanco, que diría Eastwood) y mujeres (con pechos y caderas). Lo dicho, muy adelantados estaban.

Sin duda, los que somos cuarentones, veíamos la tele menos que los niños de ahora y sentarnos ante la pantalla en blanco y negro era un auténtico placer, por ocasional. La Casita del Reloj, Un globo, dos globos,…, Sandokán, Mazinger Z y Vicki el Vikingo comenzaban a eso de las cinco, después de que la emisión se hubiera suspendido unas horas. Luego, los deberes y otra vez con nuestros muñecos, a seguir viajando en el tiempo. Veo a los niños de ahora pegados a las video-consolas, a los PC’s y al televisor: los ojos muy abiertos. No tienen nada que recrear, porque todo está en la pantalla, ya hecho, como la comida precocinada; la televisión es un microondas de ideas. Los juguetes de ahora son espectaculares, pero les falta la magia de una aventura en el Polo Norte, en la Sabana o en el Aconcagua. Eso nos lo daban los Madelman.
Y es que hasta la publicidad de nuestros muñecos invitaba a la superación, al esfuerzo, a ser valientes: “Los Madelman lo pueden todo”. Pues mirad, creo que ese fue el “Sueño Americano” de nuestra generación: cualquiera de aquellos niños que cogían un Madelman en sus manos podría ser de mayor lo que quisiera. Eran una invitación al triunfo, al éxito.

Los niños fuimos creciendo. Vinieron el acné, la adolescencia, las chicas, la Selectividad y la cerveza. España también cambiaba. Carreo Blanco voló por los aires. Franco murió y el cine se destapó. Llegó la democracia y, después, "¡Se sienten, coño!". También un polaco era elegido Papa y, al tiempo se derrumbaba el bloque soviético. Una caja de zapatos era el lugar donde muchos habíamos guardado nuestros muñecos (lo que quedaba de ellos) antes de salir de la infancia, como si de un cofre del tesoro se tratara, en el que pasados los años, estos viajeros del tiempo han regresado del pasado.
Ahora somos mayores y al mirar a aquellos Madelman que algunos aún conservamos, vemos al niño que fuimos, con sus ilusiones y sus ganas de crecer. Y quizás, sintamos aún (¡ojalá!) que lo podemos todo. ¿Quién quiere perder eso que una vez fue?

viernes, 22 de mayo de 2009

El maestro y la discípula













Un joven soldado, sentado en el suelo, escribe frenéticamente en un cuaderno de notas, sin importarle demasiado que, a su alrededor, las balas le silban a su paso y que la tierra se abre en cráteres de muerte por el fuego de la artillería.
Esta es la escena inicial de una película de hace un par de años y, desafortunadamente, lo único que merece la pena de ella. En realidad, el mérito es de Guillermo Martínez, autor del libro Los Crímenes de Oxford en el que se inspira la cinta del mismo título, dirigida por el español Alex de la Iglesia.
Pero volvamos al soldado. Su nombre era Ludwig J. J. Wittgenstein (1889-1951) y servía en el ejército Austro-húngaro durante la Primera Guerra Mundial. En su cuadernos (fueron varios), este joven que cumplirá los veinte un año después de acabar el conflicto, está la semilla de la única obra que este filósofo publicó en vida, el Tractatus Logico Philosophicus (1921). Pero también solía escribir reflexiones personales sobre la grosería y falta de decoro en sus compañeros de armas, y sus inquietudes morales; esto, obviamente, es silenciado por nuestro Alex de la Iglesia. Había pasado por Cambridge, época marcada por su agnosticismo, pero tras leer a León Tolstói quedó cautivado por los Evangelios, por Jesucristo; los soldados de su regimiento le llamaban “el hombre de los Evangelios”, texto que llevaba a todas partes. Entre sus otras influencias religiosas, destacan San Agustín, Fyodor Dostoevsky y Søren Kierkegaard, a quien el joven Wittgenstein llamaba “un santo”. De ascendencia judía, fue fue educado en el catolicismo pues ésa era la religión de su madre, Leopoldina Klaus. En puridad, nunca practicó su fe de forma sistemática. Y sin embargo, en el momento de su muerte, una mujer estaba a su lado para encargarse de que recibiera los auxilios de la Iglesia Católica. Chicas, chicas, chicas.
Tras entrar en una famosa tienda de libros y leer algunos párrafos del Tractatus de Wittgenstein, Elizabeth Anscombe (1919-2001) había tenido una única idea en la cabeza: estudiar con su autor. Era irlandesa y se había graduado en Filosofía por el St. Hugh’s College de la Universidad de Oxford (1941). En su primer año de universidad se convirtió al catolicismo. Desde 1942 a 1945, en plena Segunda Guerra Mundial disfrutó de una beca para hacer su doctorado en Cambridge, donde asistió con entusiasmo a las clases de Wittgenstein. De vuelta a Oxford, semanalmente visitaba al “viejo”, como solía referirse cariñosamente al filósofo, para asistir a sus tutorías sobre filosofía de la religión. Wittgenstein, que no solía sentirse cómodo con las académicas, hizo una excepción con ella y llegó a considerarla una buena amiga, además de una de sus pupilas favoritas. Cuando el filósofo se marchó de Cambridge en 1947, Anscombe le siguió viéndolo, estando junto a él –como ha quedado dicho– en su lecho de muerte. Junto con otros dos de sus discípulos, ella fue responsable de la traducción y edición al inglés de muchos de los manuscritos de Wittgenstein.
En 1970, Anscombe obtuvo la Cátedra de Filosofía en Oxford.
Elizabeth era una mujer de armas tomar. Casada y madre de siete hijos, su militancia contra los métodos anticonceptivos escandalizó a muchos de sus colegas. Fue arrestada, además, en dos ocasiones por manifestarse frente a una clínica abortista británica, cuando esta práctica se legalizó en su país. Con anterioridad, había mostrado su desacuerdo ante la decisión de la Universidad de Oxford de concederle un título honorífico al Presidente Harry S. Truman, a quien ella acusaba de ser un asesino de masas tras ordenar el lanzamiento de las dos bombas atómicas sobre el Japón.
Era, como se ve, una católica convencida, pero en modo alguno una “beata”. En ocasiones llevaba monóculo y los que la conocieron dicen que podía ser bastante mal hablada. Siempre llevó pantalones (algunos aseguran haberle visto unos rosas elásticos), salvo cuando estuvo embarazada. Sus alumnos y compañeros la llamaban Miss. Anscombe, y no por el apellido de su marido, como suele ser el caso en Inglaterra y Estados Unidos; había otros que, en privado, la llamaban “La Dama Dragón”.Profesionalmente era muy estimada. Se volcaba con los alumnos que se esforzaban aunque era dura con aquellos que fingían o eran pretenciosos. Si era el caso, podían visitarla en casa y sus tutorías duraban horas, entre el llanto de los críos, las papillas y los pañales. Éste era su feminismo, hecho de prestigio profesional, maternidad y su fe para armonizarlo todo. Fe en un Dios que es padre, ante el cual ella era una niña que pide, promete, regatea…Una anécdota. Elizabeth Anscombe fumaba, pitillo tras pitillo. Cuando su segundo hijo cayó enfermo, prometió a Dios que si se curaba, ella dejaría de fumar cigarrillos. El niño recuperó la salud y, al año siguiente, Anscombe, la niña-filósofa, razonaba con su creador que, en su opinión, los puros y las pipas, no estaban incluidos en su promesa. Y desde el cielo, su Padre Dios sonreía.

viernes, 15 de mayo de 2009

Crónica de una muerte anunciada


He escuchado a Doña Teresa Fernández de la Vega anunciar que el Gobierno ha aprobado el anteproyecto de reforma de la ley del aborto. Y se me ha venido a la cabeza una conocida novela del colombiano Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada, y esto en dos sentidos.
Uno figurado, metafórico –que decimos los que nos dedicamos los que nos dedicamos a la literatura-, pues, como la muerte del protagonista en la citada historia, todos sabíamos que este anteproyecto iba a salir adelante. No porque la sociedad española demande masivamente un cambio en la legislación del aborto; está claro que, con la que está cayendo, otras reformas son más urgentes. Sucede más bien que hay determinados sectores y corrientes muy influyentes en nuestro Gobierno (ideología de género, relativismo, el feminismo radical) que se han tomado de forma absolutamente personal sacar esto adelante, cueste lo que cueste.
Pero hay también un sentido literal en la relación que se me antojaba entre la novela de García Márquez y el anteproyecto de ley, en tanto que la aprobación del 14 de mayo es la crónica no de una muerte, sino de miles de muertes anunciadas. Por favor, que nadie me tilde de dramático, ni mucho menos de sensacionalista. Podemos mirar a otro sitio; silbar y meternos las manos en los bolsillos; decir que tenemos otras preocupaciones en la cabeza; pero nada de eso resta un ápice de contundencia a la certeza científica de que el feto, ya desde su concepción, es una vida humana. Ésta es la cuestión que el gobierno ha evitado debatir a toda costa. Recuerdo una pregunta a Leire Pajín en la que se le pedía que aclarase el motivo por el que el texto elaborado por el Gobierno trazaba la línea divisoria en las 14 semanas; es decir, por qué hasta las 14 semanas es lícito abortar y transcurrido un día, el feto puede disfrutar de su derecho a la vida. ¿Qué cambio se ha operado en él? La respuesta de Pajín fue tan evasiva, como absurda: “No entremos en cuestiones religiosas”. Por favor, ¿quién ha hablado de religión?
En un artículo publicado en El País el pasado 24 de abril, Enrique Gimbernat Ordeig, Catedrático de Derecho Penal de la Universidad Complutense de Madrid, decía textualmente que equiparar “un óvulo fecundado microscópico o que mide pocos milímetros, sin forma humana ni actividad cerebral, con una persona […] es simplemente un insulto a la inteligencia”. Aspecto físico, tamaño y actividad cerebral definen, por tanto, a la persona, y ¡ay de quien no cumpla esos requisitos!
Afortunadamente, la literatura específica sobre el tema (y no me refiero al código de Derecho Penal) no deja dudas al respecto. No quiero aburrir con una acumulación de referencias bibliográficas y citas, pero sirvan de botón de muestra las siguientes. En la Van Nostrand's Scientific Encyclopedia (New York: Van Nostrand Reinhold Company, 1976), se lee: “Científicamente, la vida comienza en la concepción. Este es, sin ninguna dudad, algo indiscutible” (p. 943).
En Estados Unidos una Subcomisión se reunió para estudiar y acordar (en estos días, ya se sabe, todo se acuerda) cuándo empezaba la vida. Para ello invitaron a expertos que dieron su opinion al respecto. Las citas que incluyo traducidas a continuación están tomadas de las actas gubernamentales oficiales que recogen las respuestas de los expertos consultados. El Dr. Alfred M. Bongioanni, Catedrático de Pediatría y Obstetricia en la Universidad de Pensylva, afirma: “Desde los principios de mi formación médica aprendí que la vida humana comienza en el momento de la concepción”. En el mismo sentido, el Dr. Jerome LeJeune, Catedrático de Genética de la Universidad Descartes en París concluía ante la subcomisión: "tras la fertilización una nueva vida humana ha surgido […] ésta no es una cuestión que dependa de gustos u opiniones. […] Tampoco es, por otra parte, una cuestión metafísica, sino una evidencia experimental". Otro Catedrático, Hymie Gordon, de la Clínica Mayo, era contundente al afirmar que "a la luz de los criterios de la Biología molecular moderna, la vida se hace presente desde el momento mismo de la concepción”. El Dr. Watson A. Bowes, de la Universidad de Colorado dejaba bien claro que “desde un punto de vista biológico, el comienzo de la vida humana es un asunto sencillo y claro: su inicio es la concepción”. Bowes, además, denunciaba que “el hecho biológico no debería ser distorsionado en aras de servir a fines sociológicos, políticos o económicos”. La misma certeza científica, acompañada de un idéntico malestar quedan manifiestas en las palabras de Micheline Matthews-Roth, Catedrático en la Harvard University Medical School, a la citada Subcomisión: “Es científicamente correcto decir que una vida humana individual comienza en la concepción […] Nuestras leyes, una de cuyas funciones es ayudar a proteger las vidas de las personas, deberían fundamentarse en datos científicos certeros”.
El neurólogo y psiquiatra austríaco Víctor Frankl, superviviente de Dachau y Auschwitz escribió tras la guerra El hombre en busca de sentido. Lo que verdaderamente despierta el asombro del autor, tras haber pasado por la experiencia de los campos de exterminio, no es en sí misma la maquinaria de la muerte, sino la caída al abismo de una sociedad como la europea, civilizada, moderna, culta, donde ha surgido tal horror. Y yo me pregunto ¿qué tipo de sociedad, enferma, es la nuestra que legisla sobre el modo de matar a los hijos en los vientres de sus madres?

miércoles, 6 de mayo de 2009

El Papa y Europa


El Congreso de los Diputados anda a vueltas con la posible reprobación de Benedicto XVI por lo que algunos medios dicen que dijo sobre los preservativos en África. En el fondo, todos sabíamos de antemano que algo como esto iba a pasar. El Papa hablaría, como hizo Juan Pablo II, sobre puntos concretos de moral sexual a la luz de la doctrina Católica. Por su parte, los voceadores del resentimiento arremeterían contra él, auténtico icono de todo lo que hoy es retrógrado. No quiero hablar más sobre este tema; otros lo han hecho ya y mejor(http://www.facebook.com/ext/share.php?sid=95017245971&h=rpokz&u=gDAlh&ref=nf).
Y sin embargo, me gustaría ver este tema con cierta perspectiva. He hablado antes de los “voceadores del resentimiento” porque parece como si en todo este tema hubiera mucha gente enfadada, resentida. Bélgica, por ejemplo, se apresuró a reprobar al Papa aduciendo que sus palabras, en último término, no ayudaban a paliar la ya de por sí penosa situación de los enfermos de SIDA en África. Ciertamente no habían leído la totalidad de las declaraciones de Benedicto XVI en las que, como muy pocos, ha hablado de la misericordia con los enfermos. En el fondo, Bélgica tiene mala conciencia por su pasado africano e intenta superarlo con este gesto histriónico. Bajo el reinado de Leopoldo II (1835-1909), gran campeón del colonialismo decimonónico, se calcula que fueron exterminados en el Congo unos diez millones de nativos, la mayoría de ellos esclavizados, mutilados o amenazados con la muerte para que trabajaran en la obtención de caucho.
¿Qué pinta en todo esto ERC? Parece como si ellos sacaran pecho y dijeran “¡Y nosotros también!” Algo hay que hacer, ahora que nada tienen que hacer. En su caso el resentimiento es hacia una imponente herencia cristiana que está en la misma base de Europa, España y hasta incluso de la que ellos llaman nación catalana. Con esta herencia es con la que se quiere romper de forma tan grotesca. La pena es que la cosa, por ahora, vaya prosperando. Zozobra, necedad, ¡Qué demócratas somos![
La herencia cristianan está en la misma base de Europa, aunque ciertamente no de modo exclusivo. Ésta ha tomado diversos aspectos durante las distintas épocas, desde la Edad Media hasta los tiempos modernos. Tras la aparición de la Iglesia en el Imperio Romano y la posterior conversión del mismo, se sientan las bases para una Europa de pensamiento, cultura e instituciones cristianas. La aceptación de Cristo por parte de los pueblos bárbaros que se romanizan es un hecho sin precedentes y su afiliación religiosa es también estructuradota de su conciencia nacional. Cada pueblo aporta, además, su propia idiosincrasia (celta y germánica en el oeste y el norte; eslava y turca en el este; islámica en el sur).
Atenas, Jerusalén y Roma son los tres focos que constituyen las bases de Europa, cohesionados por el Decálogo y los valores neotestamentarios centrados en Jesús de Nazareth. Luego vienen las universidades, centros de investigación teológica al principio y que pronto se abren a todos los demás saberes. ¿Cómo es posible negar esto?
La figura de Jesucristo está, no cabe duda, detrás de muchos de los valores de la cultura occidental: solidaridad, perdón, misericordia, respeto al otro, … Incluso los valores entronizados por la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad), no se entienden en el siglo XVIII sin haber pasado por el tamiz del Cristianismo. El legado cristiano debe ser reconocido mediante un análisis crítico que no niegue la verdad del pasado. Esto ayudará a construir un proyecto europeo en el que se puedan consensuar valores comunes, y quizás así dejemos de estar a vueltas con la Constitución Europea. Una Europa de los mercaderes, como decía Juan Manuel de Prada, no es seguramente un proyecto de futuro muy seductor.

Beowulf MS

Beowulf MS
Hwaet!