Thomas Cromwell |
El 3 de junio de 1535, Tomás Moro compareció por tercera vez ante una comisión compuesta por Cromwell y varios miembros del Consejo del Rey. Aquel mismo día, o el siguiente, Moro escribió una carta a Margarita, su hija. Reproduzco el final de la misma:
En el interrogatorio se comentó que
era sorprendente que me aferrara tanto en mi conciencia, cuando en realidad yo
no estaba seguro. A esto dije que sí estaba bien seguro de que mi propia
conciencia, informada por la diligencia que durante tanto
tiempo he tenido en este asunto, no se oponía a mi propia salvación. No me entrometo en
la conciencia de aquéllos que piensan de otro modo, pues todo hombre permanece en pie y cae para su señor. No soy juez de hombre alguno. También se me dijo que si estaba dispuesto vivir
lo mismo fuera del mundo que dentro, como había dicho allí, por qué no hablaba
claramente contra el estatuto. Parecía bien claro que no me agradaba
morir, aunque eso decía. A esto respondí (y es la verdad) que no he sido hombre
de vida tan santa que me atreviera a ofrecerme a la muerte, no fuera
que Dios por mi presunción permitiera que yo cayera. Y por eso, no me echo hacia
delante, sino hacia atrás. Aunque si es Dios mismo Quien me lleva hacia la muerte, entonces
confío en su gran misericordia, y en que no dejará de darme gracia y fuerza.
En conclusión, Maese el
Secretario dijo que yo hoy le había agradado mucho menos que la última vez, porque,
en esa ocasión, dijo, se compadeció mucho de mí y ahora pensaba que no tenía buena
intención. Pero Dios y yo sabemos que tengo buena intención, y ruego a Dios
que la tenga Él conmigo.
Os pido a ti y a mis otros
amigos que tengáis buen ánimo, pase lo que pase, y que no os preocupéis por mí, sino que recéis por mí como yo hago y haré por ti y por todos ellos.
Tu padre que te ama
tiernamente,
Tomás Moro Caballero.
Tomás Moro Caballero.
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