miércoles, 13 de marzo de 2013

Mi quinto Papa

Nací durante el pontificado de Pablo VI, a quien recuerdo haber visto por televisión rezando el Via Crucis un Viernes Santo; pero claro, eso lo digo ahora: en su momento me parecía estar viendo alguna película de romanos. 
Luego vino aquel hombre de mirada amable, que estuvo tan poco tiempo como Papa y al que -decían muchos- habían asesinado. Eso me hizo prestar un poco de atención, porque sonaba a historia tenebrosa. Pero yo estaba ya con los Ramones. Por eso, cuando el eslavo de ojos rasgados y rostro redondo se asomó al balcón que da a la plaza de San Pedro y dijo aquello de Abrid las puertas a Cristo, yo estaba fuera de juego.
Pero Juan Pablo II tuvo un pontificado largo, tan largo que me dio tiempo a mí a abrirle las puertas a Cristo (sin dejar de oír a los Ramones, que conste). Un hombre anciano, con una voz casi imperceptible, derritiéndose como un cirio. Y recuerdo que alguien me comentaba, con cierta indignación, que aquel hombre encorvado y tembloroso debería ceder su puesto, pues aquello era algo lamentable. 
Por eso me ha producido a mí cierta indignación escuchar a quienes han voceado, ante la renuncia de Benedicto XVI, que este Papa se quitaba de enmedio y que debería, a su juicio, seguir al pie del cañón, como su antecesor. Y es que siempre se puede decir algo: si uno bebe, es un bebedor; si no, un puritano.
Confieso mi particular sintonía con Benedicto XVI, y creo haber leído casi todo lo publicado por él durante su pontificado. Me entusiasma su modo de argumentar, su uso de las fuentes bibliográficas y sus opiniones, siempre tan contrastadas. Por eso, también confieso que sentí cierta tristeza al enterarme de su renuncia, pues estoy convencido de que es una de las cabezas más privilegiadas de este sigo XXI. Me consuela saber que seguirá escribiendo.
Hoy, frente al televisor desde las 18'15 he estado pendiente de la chimenea. Luego han llegado mis hijos y mi mujer; los pequeños por allí incordiando. Me voy a acordar siempre de este día y de la aparición del Papa argentino, cuyo nombre (Francisco I) me  ha recordado al de cierto monarca francés que dio mucha guerra al Emperador Carlos. Hemos rezado por él, en comunión con toda la Iglesia, y hemos inclinado la cabeza para recibir del nuevo Pontífice la bendición Urbi et Orbe, desde la urbe al orbe entero, desde Roma con amor. 
Y estoy deseoso de que empiece a publicar.

sábado, 9 de marzo de 2013

Mi última publicación

O
Hace unos días se ha publicado un interesante monográfico sobre vampiros (Vampiros a contraluz. Constantes y modalizaciones del Vampiros en el Arte y la Cultura. Granada: Editorial Comares, 2012), que recoge una serie de contribuciones de distintos especialistas en las diversas áreas en las que el mito del vampiro ha tenido eco. Se trata de conferencias impartidas en su día en la Universidad de Granada, y yo tuve la suerte de participar.
El volumen tiene un acabado excelente (con ilustraciones incluidas al final), y los editores -Margarita Carretero, Diego Díaz, Macarena Reyes y Sara Rodríguez- han hecho un excelente trabajo. Parece que, además, vendrá algún volumen más.
Mi contribución lleva por título “El reviniente del Castillo de Anantis: Autopsia de un relato del s. XII” y aborda un tema al que dediqué en su día dos entradas.

jueves, 7 de marzo de 2013

El Jueves fui al cine (IV)

La temática está bien planteada, y la génesis de Psycho es contada de manera amena. Pero en el fondo, se trata de narrarnos un momento concreto en la vida de un matrimonio. Se ha hablado mucho de Hitch como torturador de sus bellísimas actrices rubias, una especie de sublimación del deseo sexual que sentía por ellas. Bien, ¿alguien (normalmente constituido) puede quedarse impávido ante Grace Kelly, Janet Leigh o Kim Novak?

Es cierto que la película nos muestra la obsesión del director con las Hitchcock blondes. Se deja entrever que es un manipulador, que las observa (en ocasiones como voyeur) y que su manera de dirigirlas -de controlarlas- durante el rodaje bien podría verse como una forma de dominio pseudo-erótico. Pero igualmente la misma Janet Leigh agradece lo bien que la ha tratado Hitch, en contraposición a su experiencia con Orson Welles en Sed de Mal (Touch of Evil, 1958), y a las advertencias de Vera Miles (otra supuesta víctima del terrible director).
También los celos tienen su lugar en la cinta, sobre todo en el caso de Hitch, cuyas sospechas infundadas toman forma en la inquietante presencia de Ed Gein (quien insinúa al director la infidelidad de su esposa). Ella, por su parte, soporta con elegancia la fijación de su marido con sus prima donnas de cabellos plateados. Esto ne es óbice para que en un momento memorable de la película, la señora Hitchcock le deje las cosas muy claras a su marido: está harta de los "fantasiosos romances con tus actrices principales", "esas rubias contratadas que troceas y atormentas con tus indicaciones tan específicas".
Y así, Hitchcock puede verse como una historia de amor entre marido y mujer. Hitch termina por reconocer el encanto y el valor que su esposa tiene para él. "Llevo esperando treinta años a que me digas eso" -le dice ella. Y él responde: "Es por eso que me llaman el maestro del suspense". Al final, en un ambiente tan frívolo como el de Hollywood, la fidelidad del director hacia su mujer no deja lugar a dudas.
Quizás se carguen las tintas en el papel que ella tuvo en la forma final del guión de Psycho. Se deja, además, claro que sólo gracias a la colaboración de Alma, pudo el director terminar Psycho. Bien pudo ser éste el caso. Y si no, qué importa: Hitchcock es una película, insisto, y no un documental sobre la anterior.

Beowulf MS

Beowulf MS
Hwaet!