Nací durante el pontificado de Pablo VI, a quien recuerdo haber visto por televisión rezando el Via Crucis un Viernes Santo; pero claro, eso lo digo ahora: en su momento me parecía estar viendo alguna película de romanos.
Luego vino aquel hombre de mirada amable, que estuvo tan poco tiempo como Papa y al que -decían muchos- habían asesinado. Eso me hizo prestar un poco de atención, porque sonaba a historia tenebrosa. Pero yo estaba ya con los Ramones. Por eso, cuando el eslavo de ojos rasgados y rostro redondo se asomó al balcón que da a la plaza de San Pedro y dijo aquello de Abrid las puertas a Cristo, yo estaba fuera de juego.
Pero Juan Pablo II tuvo un pontificado largo, tan largo que me dio tiempo a mí a abrirle las puertas a Cristo (sin dejar de oír a los Ramones, que conste). Un hombre anciano, con una voz casi imperceptible, derritiéndose como un cirio. Y recuerdo que alguien me comentaba, con cierta indignación, que aquel hombre encorvado y tembloroso debería ceder su puesto, pues aquello era algo lamentable.
Por eso me ha producido a mí cierta indignación escuchar a quienes han voceado, ante la renuncia de Benedicto XVI, que este Papa se quitaba de enmedio y que debería, a su juicio, seguir al pie del cañón, como su antecesor. Y es que siempre se puede decir algo: si uno bebe, es un bebedor; si no, un puritano.
Confieso mi particular sintonía con Benedicto XVI, y creo haber leído casi todo lo publicado por él durante su pontificado. Me entusiasma su modo de argumentar, su uso de las fuentes bibliográficas y sus opiniones, siempre tan contrastadas. Por eso, también confieso que sentí cierta tristeza al enterarme de su renuncia, pues estoy convencido de que es una de las cabezas más privilegiadas de este sigo XXI. Me consuela saber que seguirá escribiendo.
Hoy, frente al televisor desde las 18'15 he estado pendiente de la chimenea. Luego han llegado mis hijos y mi mujer; los pequeños por allí incordiando. Me voy a acordar siempre de este día y de la aparición del Papa argentino, cuyo nombre (Francisco I) me ha recordado al de cierto monarca francés que dio mucha guerra al Emperador Carlos. Hemos rezado por él, en comunión con toda la Iglesia, y hemos inclinado la cabeza para recibir del nuevo Pontífice la bendición Urbi et Orbe, desde la urbe al orbe entero, desde Roma con amor.
Y estoy deseoso de que empiece a publicar.
Gracias por el artículo.
ResponderEliminarEfectivamente mucha gente coincide en que Ratzinger era una de las mejores cabezas del siglo XX.
Gracias, Fernando. Sólo espero que el Papa emérito siga publicando.
ResponderEliminarUn abrazo.