El 14 de junio de 1535, Thomas More fue interrogado por última vez antes de su juicio y ejecución (6 de julio de 1535).
Se sospechaba que el prisionero había mantenido "comunicación clandestina" con John Fisher (también preso en la Torre de Londres) y su hija, Margaret, a la que habría escrito varias cartas.
El acta oficial del interrogatorio, con fecha de 14 de junio, dice lo siguiente:
Y también dijo [More] que había él considerado que llegaría a los oídos de su hija (esposa del señor Roper) que los miembros del consejo habían venido a verle, y que oiría otras cosas sobre él que pudieran hacerla sentir miedo; puesto que creía que su hija estaba en cinta, ella podría sufrir daño por la preocupación. Por este motivo, creyó que sería conveniente prepararla para lo que pudiera sobrevenirle, bueno o malo, de modo que no la cogiera de imprevisto, y le envió, tras el primero y anterior interrogatorios, sendas cartas contándole que los del consejo le habían venido a ver y cómo le habían preguntado sobre asuntos referentes a los estatutos reales, a lo que él había respondido que no se entrometía en nada y que sólo pensaba servir a Dios. Le dijo también que desconocía cómo terminaría todo aquello, pero que en todo caso (fuera bueno o malo) tenía previsto sobrellevarlo con paciencia; que ella no le diera vueltas, sino que rezara por él. Añadió que su hija le había escrito con anterioridad varias cartas, exhortándole y advirtiéndole que se acomodara al gusto del rey; especialmente en su última carta, ella usó de gran vehemencia e imprecaciones para persuadir al inculpado de que se inclinara al deseo del rey.
Se sospechaba que el prisionero había mantenido "comunicación clandestina" con John Fisher (también preso en la Torre de Londres) y su hija, Margaret, a la que habría escrito varias cartas.
El acta oficial del interrogatorio, con fecha de 14 de junio, dice lo siguiente:
Y también dijo [More] que había él considerado que llegaría a los oídos de su hija (esposa del señor Roper) que los miembros del consejo habían venido a verle, y que oiría otras cosas sobre él que pudieran hacerla sentir miedo; puesto que creía que su hija estaba en cinta, ella podría sufrir daño por la preocupación. Por este motivo, creyó que sería conveniente prepararla para lo que pudiera sobrevenirle, bueno o malo, de modo que no la cogiera de imprevisto, y le envió, tras el primero y anterior interrogatorios, sendas cartas contándole que los del consejo le habían venido a ver y cómo le habían preguntado sobre asuntos referentes a los estatutos reales, a lo que él había respondido que no se entrometía en nada y que sólo pensaba servir a Dios. Le dijo también que desconocía cómo terminaría todo aquello, pero que en todo caso (fuera bueno o malo) tenía previsto sobrellevarlo con paciencia; que ella no le diera vueltas, sino que rezara por él. Añadió que su hija le había escrito con anterioridad varias cartas, exhortándole y advirtiéndole que se acomodara al gusto del rey; especialmente en su última carta, ella usó de gran vehemencia e imprecaciones para persuadir al inculpado de que se inclinara al deseo del rey.
Me llama la atención cómo santo Tomás Moro quiso servir a su señor el rey Enrique VIII. Buscó poder servirle, pero sin dejar de servir a Dios. Ahora no voy a juzgar a Enrique VIII, pero muchos cortesanos suyos también le empujaron a los divorcios y a separarse del Papa. En los últimos momentos de su vida, ya agonizante, este monarca pidió recibir los últimos sacramentos, y los de su camarilla lo impidieron.
ResponderEliminarFeliz verano, Eugenio.