Los surcos marcados en la piel de su rostro por esa
tendencia a la sonrisa. No a la carcajada, ni a la pose de portada, sino al
reflejo facial de un convencimiento profundo que sólo da la fe: Dios es padre.
Porque la sonrisa de Álvaro del Portillo, don Álvaro, como
muchos le conocieron y aún le conocen, no era la de un hombre bonachón, ni
mucho menos la del iluso. Él sonreía con sus ojos claros, con el brillo de
quien ve a Jesucristo en cada persona, y a la voluntad de Dios tras cada
situación. Y esto era fruto del hábito, de la práctica -como el atleta que
tiene sus músculos en tensión, listos para la ocasión. Para don Álvaro, siempre
era la ocasión, y por eso su musculatura facial ya se había acostumbrado al
ejercicio de la sonrisa. También frente a las contradicciones, cuando rondaba
el desánimo o se atisbaban los nubarrones en el horizonte. Y siempre, en medio
del trabajo continuo, el esfuerzo y el tesón para llevar a cabo la tarea
encomendada. Don Álvaro del Portillo (1914-1994),
primer sucesor de san Josemaría Escrivá al frente del Opus Dei (1975-1994),
será beatificado el próximo 27 de septiembre en Madrid. Se unió a la Obra en
1935 y, nueve años después, fue ordenado sacerdote. San Juan Pablo II le
designó Obispo en 1990 y, cuatro años después, falleció en Roma, justo al
regresar de un viaje a Tierra Santa.
Gente de todo el mundo
se reunirá para dar gracias a Dios por haberle conocido, por haber recibido
favores de él desde el cielo o, simplemente, por haber visto su rostro
sonriente en una foto y conocer también el motivo de su profunda alegría.