Uno suele vivir el día a día, sin reparar demasiado en lo que le rodea: es nuestro escenario vital, lleno de las personas, los objetos y el horario cotidianos. Y sin embargo, en algunas ocasiones, repentinamente, algún detalle nos llama la atención. Entonces contemplamos nuestro decorado cotidiano, desde una perspectiva inusitada, nueva, y se produce el fenómeno del "extrañamiento": por unos segundos, vemos nuestra realidad - o una parte de ella - como algo extraño, nuevo.
En casa, hay una serie de encargos relativos a la cocina que van rotando entre mis hij@s durante la semana (sacar y meter los platos en el lavavajillas; barrer; fregar; poner la mesa; limpiar el mantel;...). Pero Javier, de 12 años, es muy ordenado y meticuloso, de modo que él, además, prepara los desayunos del día siguiente.
Y ayer reparé, al pasar junto a los biberones y las tazas, que en casa habitamos ocho personas. "¿Ocho? ¿No sois muchos?" Me pregunta una voz interior, tan vieja como yo. "Sí, ocho" - respondo - "Mamá, papá, y seis hermanos. Ni muchos, ni pocos; ni más, ni menos. Mi familia".
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