
Su padre (que se llamaba como él) trabajaba en un banco y, además, sabía griego. En una ocasión, cuando Robert tenía sólo 5 años de edad, vio a su padre leyendo un libro y le preguntó: "¿Qué lees, papá?". El padre contestó: "El sitio de Troya, hijo". Frunciendo el ceño, Robert insistió: "¿Qué es un 'sitio'?...¿y qué es 'Troya'?". El señor Browning sonrió ante la curiosidad del niño y, dejando el libro en la mesita a su derecha, se levantó. Entonces, dirigiéndose al centro de la habitación, el padre de Robert formó con asientos y mesas una especie de construcción, sobre la que sentó a su hijo. "Ésta es Troya, y tú eres su rey, Príamo", dijo contemplando su obra. Después, señalando a la gata (que miraba curiosa), la llamó Helena, "bella y zalamera, convencida por Paris para huir con él a Troya". El niño, divertido, seguía expectante la historia. El padre prosiguió. Ésta vez fue el turno de los dos perros de la casa. "Son los dos hijos de Atreo, Agamenón y Menelao, que buscan destruir tu ciudad para recuperar a Helena, esposa del segundo, que está especialmente enfadado".
A los doce años, Robert Browning Jr había escrito su primer poemario, y dos años después hablaba francés, italiano, griego y latín. Ya con 7 había leído a Homero.
Esta anécdota me la ha transmitido Fernando, un filólogo que vive en Granada.
Gracias, Eugenio, por escribir sobre esta bonita historia, que te conté el otro día, efectivamente.
ResponderEliminarUn abrazo