Escritores y poetas como Baudelaire, Saint-Exupery, Delibes y Rilke han coincidido en señalar que la infancia es la verdadera y única patria del hombre. Nuestros padres y hermanos, el hogar donde crecimos, los amigos, el parque, el cura, la primera casi-novia, las ilustraciones de los libros de texto, los tebeos y nuestros juguetes. Para mí, al menos, ése es mi álbum de fotos infantil. Y creo que no me equivoco si destaco, de entre todos los objetos que utilizábamos para nuestros juegos en pantalón corto y zapatillas de casa, a los Madelman, unas figuras articuladas de hombres de acción, auténtico producto Made in Spain, que se comercializaron en nuestro país y en parte de Europa desde 1968 a 1982.
Me pregunto dónde está la clave para que aquellos muñecos fueran las estrellas indiscutibles de nuestras horas de juego. Tirados en el suelo o en el sofá, dentro de la bañera, en el campo o en los viajes que hacíamos en el 600 de nuestros padres, allí estaban estas figuras. ¡Qué importaba que fueran un poco cabezones o que no tuvieran pies! Algunas veces nos hubiera gustado que sus dedos tuvieran otra postura o que estuvieran más vistosos en paños menores, pero no había duda de que uniformados y con sus complementos los Madelman eran una maravilla. Nos quedábamos extasiados mirándolos y luego comenzaba la aventura. Lo mejor de todo era, quizás, que podíamos jugar sin compañía. Un muñeco era un aventurero, un héroe solitario, o un soldado que había perdido su compañía. Los Reyes Magos, un cumpleaños, las buenas notas a final de curso, eran la ocasión para pedir un Madelman. Las cajas traían unas ilustraciones de lujo, los complementos tenían una calidad poco común para la época. En fín, faltaba tiempo para rasgar el plástico que envolvía la caja de nuestros sueños.
Todos los que jugamos en su día con los Madelman, jugábamos a ser mayores en nuestros muñecos. Ellos tenían nuestra personalidad, y aunque se tratara de un trampero, un pirata o un Piel Roja (todos sabíamos que nunca nos convertiríamos en ninguno de ellos), nos proyectábamos en nuestros muñecos y, en cierto modo, íbamos madurando. Sí, madurando, porque tomábamos decisiones, afrontábamos el peligro -incluso la muerte-, compartíamos los víveres o el caballo y ayudábamos al herido. En aquella España del Nodo, del Un, Dos, Tres, de la Mirinda y de los turistas en las Costa del Sol, nosotros jugábamos a ser adultos.
Los madelman eran, además, un juguete pedagógico, porque desarrollábamos la imaginación, creando escenarios entre los libros de nuestra sala de estar, bajo la cama o descendiendo por el armario de nuestro dormitorio. Había amistad, tragedia y traición en nuestros juegos. También heroísmo y sacrificio. Y siempre peligro. También desarrollábamos las habilidades manuales: cuántos trajes hechos con papel higiénico, algodón o los retales de nuestra madre. Lo que les faltaba de detalle, lo suplía nuestro entusiasmo. Éramos felices cuando jugábamos con ellos. Además, estos muñecos estimulaban la curiosidad y a más de uno, los Madelman le llevaban al cine o a leer. Queríamos saber más sobre los Pieles Rojas, los forajidos del Salvaje Oeste, o la Guerra Mundial. Estoy convencido de que innumerables vocaciones profesionales han salido de esas tardes de juego en las que llovía demasiado para salir a la calle. En el bidón de Colón esperaban, fieles a la cita, aquellos muñecos.
¿Podrían haberse mejorado? Sin duda. Las rodillas se rompían tras el ejercio continuado; pero tengo amigos que castigan sus rótulas hasta la extenuación con el paddel. Los pulgares se partían si se forzaban al asir algo y, entonces, había que darles una incapacidad casi del 100%. Nos hubiera gustado tener un avión mono plaza (que nunca se fabricó), pero para eso estaba el helicóptero y su magnífico piloto. Un barco hubiera sido la delicia tanto de los niños como de sus piratas, pero nunca surcó los océanos: el tamaño no lo hizo viable. Pero el mar nunca estuvo vetado a nuestros juegos, para eso estaban el buzo o el hombre rana. Eran perfectos.
Cuarenta años después de su lanzamiento en 1968, sorprende ver cómo los creadores de esta figura anticiparan el impacto que tendrían los productos de
merchandising (perdón por el anglicismo) cinematográfico. Coincidiendo con el lanzamiento de la película
2001: una Odisea del Espacio los fabricantes de Madelman lanzaron al mercado su modelo 2001, inspirado en los astronautas que aparecen en el film de Kubrick. El año pasado, uno de los pocos ejemplares que quedan de la figura original que se comercializó, con su caja azul incluida, alcanzó el precio de 3210 euros en un conocido portal de subastas de internet: como dice mi amigo Mateo: "¡Toma bola, niño!"
http://www.elmundo.es/mundodinero/2007/10/29/economia/1193674924.htmlOtras cosas llaman también la atención. Los Madelman eran políticamente correctos, pues entre sus maniquíes había negros (aunque uno fuera porteador y le llevara el fardo al cazador blanco, que diría Eastwood) y mujeres (con pechos y caderas). Lo dicho, muy adelantados estaban.
Sin duda, los que somos cuarentones, veíamos la tele menos que los niños de ahora y sentarnos ante la pantalla en blanco y negro era un auténtico placer, por ocasional. La Casita del Reloj, Un globo, dos globos,…, Sandokán, Mazinger Z y Vicki el Vikingo comenzaban a eso de las cinco, después de que la emisión se hubiera suspendido unas horas. Luego, los deberes y otra vez con nuestros muñecos, a seguir viajando en el tiempo. Veo a los niños de ahora pegados a las video-consolas, a los PC’s y al televisor: los ojos muy abiertos. No tienen nada que recrear, porque todo está en la pantalla, ya hecho, como la comida precocinada; la televisión es un microondas de ideas. Los juguetes de ahora son espectaculares, pero les falta la magia de una aventura en el Polo Norte, en la Sabana o en el Aconcagua. Eso nos lo daban los Madelman.
Y es que hasta la publicidad de nuestros muñecos invitaba a la superación, al esfuerzo, a ser valientes: “Los Madelman lo pueden todo”. Pues mirad, creo que ese fue el “Sueño Americano” de nuestra generación: cualquiera de aquellos niños que cogían un Madelman en sus manos podría ser de mayor lo que quisiera. Eran una invitación al triunfo, al éxito.
Los niños fuimos creciendo. Vinieron el acné, la adolescencia, las chicas, la Selectividad y la cerveza. España también cambiaba. Carreo Blanco voló por los aires. Franco murió y el cine se destapó. Llegó la democracia y, después, "¡Se sienten, coño!". También un polaco era elegido Papa y, al tiempo se derrumbaba el bloque soviético. Una caja de zapatos era el lugar donde muchos habíamos guardado nuestros muñecos (lo que quedaba de ellos) antes de salir de la infancia, como si de un cofre del tesoro se tratara, en el que pasados los años, estos viajeros del tiempo han regresado del pasado.
Ahora somos mayores y al mirar a aquellos Madelman que algunos aún conservamos, vemos al niño que fuimos, con sus ilusiones y sus ganas de crecer. Y quizás, sintamos aún (¡ojalá!) que lo podemos todo. ¿Quién quiere perder eso que una vez fue?