miércoles, 26 de agosto de 2009

"Enemigos públicos" (2009)

El personaje de la foto es John H. Dillinger, ladrón de bancos en la Norteamérica de la depresión. Ha sido llevado a la gran pantalla en innumerables ocasiones, la última de la mano de Michael Mann. Esta noche he estado en el cine viendo su Enemigos Públicos y tengo que decir que me he quedado un poco frío.
La estética de la película está plenamente lograda: Chicago años treinta. Coches negros de faros redondos sobre el chasis. Sombreros, abrigos, chalecos y corbatas cortas. Lo mejor, el ruido espectacular de las ametralladoras Thompson y las llamaradas que salen del cañón al disparar las ráfagas. Pero bueno. ¿que menos que éso?

Desde luego, no es éste el mejor papel de Johnny Depp. Ya sé que le van especialmente los papeles siniestramente cómicos; pero también le he visto bordar papeles más serios, como el del agente del FBI Joe Pistone infiltrado en un clan mafioso (Donnie Brasco, 1997). El rostro de la foto, quizá hubiera permitido a Depp explotar la vena del delincuente sicótico, con un cruel sentido del humor. Pero no es así, de modo que uno termina la película viendo a un Dillinger más bien plano y monocromático. Tal vez es que este ladrón de bancos era así de simple.

Mann ha intentado, sutilmente, hacer una reivindicación del personaje, pero esto ya está un tanto manido. Dillinger sería el resultado de unas condiciones familiares muy tristes (su padre le daba palizas de pequeño), y un sistema penitenciario que creaba -más que redimía- delincuentes: al pobre Johnny le metieron diez años en la trena por un botín de $50. Siguiendo este planteamiento victimista, lo extraño es que no hubiera miles de Dillingers en el Chicago de la depresión. En este sentido, el agente federal que dirige las operaciones contra el delincuente, Melvin Purvis (el Batman Christian Bale), parece ser bastante más siniestro que el propio Dillinger, sin olvidar que trabaja a las órdenes del mismísimo Edgar Hoover, el diabólico y reaccionario director del FBI durante tantos años.

Pero lo que realmente resulta irrisorio, a la hora de ganar las simpatías de la audiencia para el "malo", es intentar presentarle como un hombre enamorado. El idilio entre Dillinger y Billie Frechette es poco convincente. Mann pretende hacernos creer que el maleante se quedó en Chicago, porque allí estaba su chica; en realidad, sus contactos, con los que preparaba su último (¿?) golpe, vivían en esta ciudad. No, Dillinger no estaba enamorado de Billie, o quizá es que yo tengo otra idea de lo que es querer a alguien. La persona que delató al gangster era la madam del prostíbulo en el que trabajaba otra "amiguita" de Dillinger. Resulta curioso comprobar (y Mann no puede ocultarlo) que el FBI acabó con el "Enemigo Público número 1" porque, una vez más, se fue "de picos pardos" con ambas señoritas al cine. Uno no hace esas cosas si está enamorado, ¿verdad?

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Beowulf MS

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Hwaet!