Las cifras están hechas de casos personales, cada uno de los cuales –insisto de nuevo– es una tragedia vergonzante. Pero puesto que se manejan cifras para denigrar a la Iglesia católica, yo también aportaré datos:
• En Alemania, según las estadísticas criminales, cada año aproximadamente 15.000 niños son víctimas de abusos sexuales (y esto se refiere solo a los casos que se denuncian, que se suponen muy inferiores a la realidad). Según Bärbl Meier, presidenta de una asociación de ayuda (http://www.anwalt.de/rain-meier), más de la mitad de las víctimas tiene una relación familiar con el autor; aproximadamente en el 20% de los casos es el propio padre y en otro 20% es el padrastro o nuevo “compañero sentimental” de la madre.
• Desde 1995 se han denunciado en Alemania 210.000 casos de abusos sexuales; de ellos, 94 afectan a personas o instituciones de la Iglesia católica. Esto es, un 0, 04% (cfr. Luigi Accattoli en el Liberal; 9-03-2010).
• En el libro Pedophiles and Pirestshood antes citado se recogen los resultados del estudio más amplio que existe hoy día sobre este tema. Más de 2.200 sacerdotes en la dióesis de Chicago fueron objeto de análisis, desde 1963 a 1991. Bastaba con que un sacerdote hubiera sido denunciado –no condenado legalmente en los tribunales-, para incidir en el porcentaje. Philip Jenkins, criminalista no católico, concluyó de este informe que unos 40 sacerdotes, en torno al 1,8% del total, eran probablemente culpables de mala conducta con menores en algún momento de su carrera. Dicho de otro modo, no había ninguna prueba contra más del 98% del clero parroquial.
Los números y porcentajes no me hacen olvidar el daño causado, sobre todo cuando éste proviene de alguien que debería haber sido fuente de consuelo, ejemplo de coherencia cristiana, y en quien los padres de las víctimas confiaban. No pretendo disculpar –y menos exculpar– a nadie. Tampoco quiero diluir la gravedad de estos delitos en un mar de casos –ya se sabe Mal de muchos…–, ni echar balones fuera; lo sucedido, todos y cada uno de los abusos, no admite paños calientes. Y sin embargo, quiero señalar la verdadera magnitud del problema, y que cada palo aguante su vela: la Iglesia de Irlanda, “debe reconocer en primer lugar ante Dios y ante los demás, los graves pecados cometidos contra niños indefensos. Ese reconocimiento, junto con un sincero pesar por el daño causado a las víctimas y sus familias, debe desembocar en un esfuerzo conjunto para garantizar que en el futuro los niños estén protegidos de semejantes delitos”. La pedofilia no es, en modo alguno, un mal endémico de la Iglesia. El uso y abuso de los niños como objeto de gratificación sexual por parte de los adultos es epidémico en todas las clases sociales, profesiones, religiones y grupos étnicos alrededor del mundo, según lo demuestran claramente las estadísticas acerca de la pornografía, el incesto y la prostitución infantil. Nuestro mundo nos invita constante al hedonismo, la sensualidad. La doctrina católica ensalza el valor de la persona, la dignidad del cuerpo, y la grandeza de la sexualidad. En determinados ambientes, después de la llamada Revolución Sexual, este mensaje chirría, por retrogrado y fuera de lugar. Por este motivo, los casos de pedofilia entre los clérigos parecen dar la razón a los que censuran la moral sexual católica, como antinatural y represiva. Pero precisamente, como señala Benedicto XVI para el caso irlandés, es en el abandono de las prácticas propias de quienes llevan una vida consagrada donde hunde sus raíces el problema: “El cambio social ha sido muy veloz y a menudo ha repercutido adversamente en la tradicional adhesión de las personas a las enseñanzas y valores católicos. Asimismo, las prácticas sacramentales y devocionales que sustentan la fe y la hacen crecer, como la confesión frecuente, la oración diaria y los retiros anuales se dejaron, con frecuencia, de lado.”
El escrito de Benedicto XVI a los católicos irlandeses contiene lo que debe contener. Reconoce los abusos y pide perdón por ellos (algunos no han quedado satisfechos; el Papa debería haberse autoinmolado y cerrar el establecimiento). Es muy duro con los abusadores, y recrimina a quienes hacen cabeza en la Iglesia de Irlanda su indolencia. El Santo Padre, basta con leer el documento para darse cuenta, está lejos de un estéril meaculpismo: se proponen una serie de medidas, concretas, viables y muy precisas. Y, por supuesto, el Obispo de Roma urge a todos los creyentes a la conversión, acercándose a Cristo, cuya misericordia es infinita: también para los pedófilos.
Como católico, como padre, y como hombre de la calle, la Carta Pastoral de Benedicto XVI me deja plenamente satisfecho. Como ser humano, no.
• Desde 1995 se han denunciado en Alemania 210.000 casos de abusos sexuales; de ellos, 94 afectan a personas o instituciones de la Iglesia católica. Esto es, un 0, 04% (cfr. Luigi Accattoli en el Liberal; 9-03-2010).
• En el libro Pedophiles and Pirestshood antes citado se recogen los resultados del estudio más amplio que existe hoy día sobre este tema. Más de 2.200 sacerdotes en la dióesis de Chicago fueron objeto de análisis, desde 1963 a 1991. Bastaba con que un sacerdote hubiera sido denunciado –no condenado legalmente en los tribunales-, para incidir en el porcentaje. Philip Jenkins, criminalista no católico, concluyó de este informe que unos 40 sacerdotes, en torno al 1,8% del total, eran probablemente culpables de mala conducta con menores en algún momento de su carrera. Dicho de otro modo, no había ninguna prueba contra más del 98% del clero parroquial.
Los números y porcentajes no me hacen olvidar el daño causado, sobre todo cuando éste proviene de alguien que debería haber sido fuente de consuelo, ejemplo de coherencia cristiana, y en quien los padres de las víctimas confiaban. No pretendo disculpar –y menos exculpar– a nadie. Tampoco quiero diluir la gravedad de estos delitos en un mar de casos –ya se sabe Mal de muchos…–, ni echar balones fuera; lo sucedido, todos y cada uno de los abusos, no admite paños calientes. Y sin embargo, quiero señalar la verdadera magnitud del problema, y que cada palo aguante su vela: la Iglesia de Irlanda, “debe reconocer en primer lugar ante Dios y ante los demás, los graves pecados cometidos contra niños indefensos. Ese reconocimiento, junto con un sincero pesar por el daño causado a las víctimas y sus familias, debe desembocar en un esfuerzo conjunto para garantizar que en el futuro los niños estén protegidos de semejantes delitos”. La pedofilia no es, en modo alguno, un mal endémico de la Iglesia. El uso y abuso de los niños como objeto de gratificación sexual por parte de los adultos es epidémico en todas las clases sociales, profesiones, religiones y grupos étnicos alrededor del mundo, según lo demuestran claramente las estadísticas acerca de la pornografía, el incesto y la prostitución infantil. Nuestro mundo nos invita constante al hedonismo, la sensualidad. La doctrina católica ensalza el valor de la persona, la dignidad del cuerpo, y la grandeza de la sexualidad. En determinados ambientes, después de la llamada Revolución Sexual, este mensaje chirría, por retrogrado y fuera de lugar. Por este motivo, los casos de pedofilia entre los clérigos parecen dar la razón a los que censuran la moral sexual católica, como antinatural y represiva. Pero precisamente, como señala Benedicto XVI para el caso irlandés, es en el abandono de las prácticas propias de quienes llevan una vida consagrada donde hunde sus raíces el problema: “El cambio social ha sido muy veloz y a menudo ha repercutido adversamente en la tradicional adhesión de las personas a las enseñanzas y valores católicos. Asimismo, las prácticas sacramentales y devocionales que sustentan la fe y la hacen crecer, como la confesión frecuente, la oración diaria y los retiros anuales se dejaron, con frecuencia, de lado.”
El escrito de Benedicto XVI a los católicos irlandeses contiene lo que debe contener. Reconoce los abusos y pide perdón por ellos (algunos no han quedado satisfechos; el Papa debería haberse autoinmolado y cerrar el establecimiento). Es muy duro con los abusadores, y recrimina a quienes hacen cabeza en la Iglesia de Irlanda su indolencia. El Santo Padre, basta con leer el documento para darse cuenta, está lejos de un estéril meaculpismo: se proponen una serie de medidas, concretas, viables y muy precisas. Y, por supuesto, el Obispo de Roma urge a todos los creyentes a la conversión, acercándose a Cristo, cuya misericordia es infinita: también para los pedófilos.
Como católico, como padre, y como hombre de la calle, la Carta Pastoral de Benedicto XVI me deja plenamente satisfecho. Como ser humano, no.
Me parecen dos artículos formidables. Muy bueno Eugenio, en la tradición de Chesterton.
ResponderEliminar¿volverán a matar?
ResponderEliminarPor críptico y anónimo, amigo randle, dejo tu pregunta como ejemplo de falta de compromiso.
ResponderEliminarUn saludo
¡Hombre, José María, tu primer comentario en mi blog! ¿Tan aburrido te parezco?
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