jueves, 30 de julio de 2009

"Dracula, de Bram Stoker" (1992)


Bram Stoker no está considerado entre los maestros de la literatura en lengua inglesa. De todas sus obras, sólo Dracula (1897) goza de cierto atractivo para la crítica literaria, y éste ciertamente muy limitado. Sin embargo, esta obra –y su personaje central- se han convertido en uno de los iconos de la cultura popular del siglo XX, sobre todo desde que diversos directores de cine (desde W. Murnau a Francis Ford Coppola) llevaran a la pantalla la truculenta historia del conde transilvano. En realidad, Vlad III (1431-1476) fue un príncipe de Valaquia (Rumanía), cuya crueldad no superaba a la de otros guerreros medievales que vivían en continua refriega, en su caso contra los turcos.
Volviendo a la novela, Dracula tiene la peculiaridad de estar escrita de una forma particular. Los distintos capítulos corresponden a las cartas y diarios que los distintos personajes de la obra escriben. El autor consigue así dar un marcado carácter de verosimilitud a lo que se lee: su presencia como narrador desaparece y en su lugar tenemos acceso a distintas perspectivas –hay incluso noticias periodísticas- que van desgranando la trama.
Dicho esto, lo que más interesante me resulta de esta novela es que la auténtica amenaza contra la que se enfrentan Van Helsing y su cuadrilla de cazavampiros no es, en realidad, Drácula. Es cierto que este vampiro es el origen de todo mal; la novela, además, puede resumirse argumentalmente como la persecución y caza del conde. Pero en realidad, él mismo –concluidas las escenas iniciales en su lúgubre castillo- va desdibujándose: su presencia real es dejada para algunas escenas puntuales, existiendo en la obra prácticamente sólo como una amenaza en la mente de sus posibles víctimas. Sin embargo, son ellas, las bebedoras de sangre, las que materializan el horror de la historia. Las tres vampiras que amenazan al joven Harker al principio de la historia y vuelven a aparecer al final, y, muy especialmente, Lucy Westenra (la primera acólita del conde en Inglaterra) personifican la abominación y el escalofrío en Dracula. En este sentido, la persecución del conde es, al tiempo, un intento desesperado de evitar que Mina Harker (que lleva en sus venas la sangre del vampiro) se convierta en una no muerta.
Para caracterizar a las vampiros, Stoker no sólo las describe como ávidas de la sangre de sus víctimas. Ellas además personifican la negación de todos los valores que la sociedad victoriana propugnaba para la mujer. Su sed, es por tanto, la metáfora de una serie de contravalores que las hacen mucho más peligrosas. Así, Lucy Westenra es la anti-madre, pues sus víctimas son única y exclusivamente niños. Nada tiene de extraño, por tanto, que las tres vampiras que viven con el conde en su castillo –y ésta es una de las escenas más impactantes de la novela- se ceben en un recién nacido que Drácula les entrega. De igual modo, estas vampiras personifican la lascivia, desafiando así la imagen ideal de la mujer victoriana como fiel esposa. Drácula vive con ellas en una especie de concubinato de ultratumba. Lucy, de igual modo, es descrita (ya antes de ser victimizada por el conde) como una joven frívola y muy dada a flirtear con su pléyade de pretendientes –todo lo contrario de Mina Harper, cuyo firme compromiso con Jonathan la hace encajar en el modelo victoriano-. De alguna manera, Lucy es castigada por ser, cómo lo diría, demasiado alocada.
Hay quienes han apuntado a las New Women como el modelo que Stoker pudo haber seguido (consciente o inconscientemente) para dibujar a sus vampiras. Mujeres que en el XIX defendían el sufragio universal, la liberación sexual de la mujer y la superación de los roles establecidos para ellas: especialmente, el de amantísima madre y esposa sumisa. El cine se ha ocupado de magnificar hasta límites insospechados, dicho sea de paso, lo que sólo aparecía sugerido en las vampiras de Stoker. La voluptuosidad de Lucy y de las compañeras del conde en el Dracula de Coppola tiene su claro precedente en las vampiras que aparecen en las películas que la productora británica Hammer rodó en los 60 y los 70: mujeres hermosas, cuyo atractivo era la trampa mortal en la que cayeron tantos incautos.
Al fin y a la postre, disfruté leyendo la novela, pero no puedo decir lo mismo de tantas y tantas versiones cinematográficas del libro, que recurren burdamente al erotismo fácil. El mismo Coppola se excedió en éste y en otros sentidos. Su película no es fiel al libro, aunque tampoco tenía que serlo. ¿Por qué llamarla, entonces, Dracula, de Bram Stoker?

jueves, 23 de julio de 2009

"Bella" (2006)


Anoche vi Bella, el alegato cinematgráfico a favor de la vida que ha hecho saltar las taquillas. Al terminar, pensé que era una película bonita ("bella" lo reservo para otras), sencilla y que toca el corazón. Confieso que me había resistido a verla en pantalla grande, quizás porque no quería ver la película contra el aborto que todo cristiano ha visto.

Bella tiene cosas que me gustan y otras no tanto. Por supuesto comparto el planteamiento central de la película: la defensa de la vida humana desde el momento de la concepción. Es, además, un acierto que en ningún momento se demonice a la madre, Nina, por plantearse abortar: el padre biológico se ha esfumado; ella está sola, sin trabajo; y cree que no podrá ofrecer a la criatura que lleva dentro un hogar feliz. En este sentido, la película presenta a la familia como el entorno más apropiado para nacer y crecer, para aprender a amar y ser amado, y lo hace sin ñoñerías, ni complejos. Además, los personajes rezan cuando se les antoja, con normalidad, para dar gracias a Dios (antes de almorzar), o en una situación de tensión (como cuando las manos de José aprietan fuertemente las cuentas de un rosario). El guión escapa a la solución fácil: todo se arreglaría si la madre y el atractivo José se enamoraran, ella diera a luz y juntos comieran perdices. No es así: entre ellos existe un afecto muy fuerte y sincero, pero no el sentimiento que une a dos amantes. Finalmente, la madre decide tener a su criatura, una niña, y la entrega en adopción a José. La secuencia final de la película muestra al padre, a la madre y a la niña paseando juntos por una playa. Todo queda abierto: quizás se enamoren, o quizás no. Lo hermoso es que la madre decide libremente no abortar. Nadie usa con ella argumentos -tampoco José- sólo gestos, comprensión y mucho amor.
Por contra, Bella me parece un tanto melodramática. José tiene un pasado que le hace sufrir: es un famoso futbolista, cuya vida se arruinó tras atropellar accidentalemente a una niña; ahora es el cocinero jefe en el restaurante de su hermano. Su deseo de salvar una vida está necesariamente vinculado a esa otra que él quitó. A mi juicio, esto resta fuerza a su propósito, dado que su situación es un tanto atípica y muy particular. Por otra parte, Nina es realmente afortunada de encontrar a un personaje como José, cuyo abundante barba y melena le sitúan a medio camino entre las representaciones al uso de San José y del mismo Jesucristo. Este benefactor trabaja con la protagonista en un restaurante y, en cuanto descubre que está embarazada y no quiere seguir adelante, se entrega a ella en alma y cuerpo (sin despedirse de su hermano, abandona su trabajo durante todo un día). Esto puede resultar también forzado. Muchas madres en una situación parecida no encuentran en su camino a un varonil ángel de la guarda que las acompañe de aquí para allá y, además, se ofrezca como padre de la criatura. Ésa es, me parece, la principal carencia de Bella. El espectador puede pansar, y con razón, que en esa situación, lo difícil hubiera sido abortar. Sin discursos, ni moralinas, la película debería haber dejado claro el valor de la vida humana en sí misma, aunque el mundo tiemble y se derrumbe a nuestro alrededor.
Me parece que la verdadera problemática del aborto, sin dramatizaciones excesivas, no aparece reflejada en esta película. Su defensa de la vida (que de seguro ha hecho y hará mucho bien) pierde garra al estar demasiado vinculada a una serie de circunstancias que, en mi opinión, quizás no sean las habituales. Con todo, Bella es un canto a salir de uno mismo y "mojarse" con los problemas de quienes -quizás- trabajan a nuestro lado y atraviesan momentos de angustia o desasosiego. Por esa y por otras muchas razones, anoche vimos Bella en casa. A mis hijos les encantó.

miércoles, 22 de julio de 2009

"Gunga Din" (1939)


Una vez superado el prejuicio que mis hijos tienen a ver una película en blanco y negro, nos dispusimos a ver en familia Gunga Din (1939), del californiano George Stevens. Al terminar, los más pequeños daban su aprobación (“Muy chula, papi”); el mayor me decía con sinceridad “Me ha gustado mucho”. Todo un éxito en mi campaña de cine veraniego en casa.

Gunga Din es una historia épica, al estilo clásico. Los tres héroes forman una triada inseparable, para la que los escarceos amorosos de uno de ellos son una molestia: empeñada en casarse con uno de los oficiales y retirarle del sevicio activo, una jovencísisma Joan Fontaine es apartada del desenlace final con un te quiero mucho, pero no voy a dejar a mis compañeros en la estacada; es curioso, pero sólo en la épica española hay lugar para el amor: Mio Cid y Jimena. La cinta tiene cargas de caballería, heroísmo, camaradería masculina, blancos buenos e indios (de la India) malos; me corrijo, pues el personaje que da título a la película es un aguador nativo que sirve en las filas del ejército británico, siendo clave para el desenlace final.

La historia es muy sencilla. Tres oficiales del ejército de su majestad la reina Victoria tienen que enfrentarse a la enésima revuelta de los Thuggee, una peligrosa y antigua secta subversiva que rinde culto a la diosa Kali, cuyos acólitos obedecen ciegamente a un diabólico gurú que odia a los ingleses. Los seguidores de Indiana Jones habán comprendido en seguida que la segunda de las películas protagonizadas por este singular profesor de arqueología (El Templo de la Muerte) debe mucho a Gunga Din: Spielberg olvida (sólo por el momento) su obsesión por los Nazis y coloca a su héroe frente a una multitud de furibundos Thuggee, seguidores de un sangriento sacerdote de Kali que –hasta en lo físico- recuerda al personaje de Stevens.

Gunga Din es, diríamos hoy, políticamente incorrecta e ideológicamente descarada. Ocho años antes de que la India logre su independencia de la Corona británica (1947), Stevens cuenta una historia en la que los cobrizos indios (que hoy llamaríamos “independentistas”), crueles y paganos, son derrotados por las tropas de su Graciosa Majestad, con la inestimable ayuda de los propios indios que sirven en el ejército británico. El humilde Gunga Din, cuya única ilusión era servir en el ejército colonial, resulta ser un héroe, siendo admitido a título póstumo en las filas de su Majestad. Por otra parte, la carga de los lanceros bengalíes al final de la película restablece la pax britannica, mostrando a las claras que los propios indios (guiados por sus coloniales señores) han extirpado el mal del seno de la India. No por mucho tiempo, sin embargo. La Segunda Guerra Mundial estalla en Europa el mismo año en que se estrenó la película. La colonia británica aceptó enviar efectivos militares a combatir junto a los aliados a cambio de que, al finalizar el conflicto, la India se independizara. Y así fue, más o menos.

Ideológicamente, y pese a que Stevens no era súbdito de su Majestad, Gunga Din exalta los valores del Imperio británico y condena la rebelión como un brote de oscurantismo que los propios indios deben combatir. Asumiendo los valores del Imperio, la colonia podrá incluso superar en excelencia a la Metrópoli; como una de los oficiales británicos confiesa a Gunga Din, “Tú eres mejor hombre que yo”.

Sin embargo, la película se salva de ser un panfleto propagandístico, pues Stevens deja ver entre líneas o de modo explícito los desmanes cometidos por los británicos en la India. El diabólico gurú es hijo de otro Thuggee que los ingleses ahorcaron. Sus palabras, pese a ser las de un chiflado, denuncian la arrogancia de las tropas coloniales. En este sentido, el espectador moderno se sentirá incómodo al ver cómo uno de los protagonistas (Douglas Fairbanks, jr) trata con desdén, casi con la punta del pie, al propio Gunga Din.
En resumidas cuentas y dejando esto a un lado, Gunga Din es una entretenida película que deja al final un buen sabor de boca. "Muy chula, papi".

martes, 21 de julio de 2009

John Dowland y Sting


John Dowland (1563-1626) será siempre recordado como el laudista inglés por excelencia, pese a que su reina, Isabel I, no fuera una de sus fans.
Nacido en Dublín, el joven Dowland pasó en París largos periodos, al servicio del embajador inglés. Francia influyó notablemente en su evolución musical. También coincidió allí con exiliados católicos ingleses, convirtiéndose al catolicismo.
De vuelta a Inglaterra, se casó y estudió música en Oxford. Su renombre como compositor e intérprete de laúd, no le consiguen un puesto en como laudista de la corte; Isabel I no se fía de él por ser quizás un espía "papista". Decepcionado, marcha a Roma en 1594 para seguir estudiando laúd con el prestigioso Luca Marenzio. Al poco tiempo, publica su primer libro de arias para voz y laúd, inciando un género en el que Inglaterra destacará durante un cuarto de siglo. Esta obra le consigue fama y renombre, por lo que entre 1598 y 1606 consigue el puesto de laudista del rey Cristián IV de Dinamarca.
Consagrado en la Europa continental, con 45 años regresa a Inglaterra, donde la corte le sigue ignarando. Cuatro años después publica su última obra para laud con un título significativo: “El solaz de un peregrino”. En 1612 Dowland consigue un puesto entre los laudistas del rey Jacobo; triste consuelo en el tramo final de su vida. A los cincuenta años, "encanecido y como el cisne, que canta ante su final”, aún compúso hermosos trabajos de tipo devocional.
El cantante Sting en 2006 publicó Songs from the Labyrinth, en el que interpretaba diversas canciones de Dowland, acompañado al laúd por el bosnio Edin Karamazov -el ex-cantante de Police también toca este instrumento en algunas piezas-. De este álbum incluyo el tema "Come Again, sweet love doth now invite" ("Ven otra vez, el dulce amor nos invita ahora"). Me gusta mucho. El coro "Tomás Luis de Victoria", al que pertenece mi amigo y compañero de Facultad Eduardo Salas Romo, incluye este aria en su repertorio; a petición suya, traduje parte de la letra (http://corotlv.org/Traducciones.htm)




miércoles, 15 de julio de 2009

El Capitán Trueno


Lo recuerdo como el cómic de mi infancia y creo poder afirmar que mi gusto por la literatura y la Edad Media se deben a El Capitán Trueno. Creado en 1956 -hace tres años se celebró su cincuentenario-, yo empecé a leerlo en la década de los 70, en aquellos cuadernos tamaño folio llamados Trueno Color. El guionista era Víctor Mora Pujadas y el dibujante original Miguel Ambrosio Zaragoza (Ambrós).
El Capitán Trueno comenzó sus andanzas en tiempos de la Tercera Cruzada (postrimerías del siglo XII), combatiendo contra Saladino, al lado del mismísimo Ricardo Corazón de León. Junto a él, formando un trío inseparable, sus amigos Goliath y Crispín. Trueno era el modelo de caballero cristiano español: cortés, generoso, valiente y con sentido del humor; además, rezaba sin pudor, cuando convenía. Siempre se ponía del lado de los débiles, los oprimidos y de las doncellas en apuros. En cierto sentido, su perfil es quijotesco, pero sin el toque de locura e íntima tragedia que definen al personaje cervantino. Goliath, por su parte, personifica la fanfarronería, la fuerza, todo suavizado por un corazón de niño. Él es, también, el personaje más cómico: su descomunal apetito, nunca del todo satisfecho, aliviaba la tensión de muchas de las situaciones en las que se veía envuelto el trío. Crispín, nominalmente un escudero, aporta el vigor de la juventud. Con frecuencia, gusta de carcajearse a costa de Goliath, que no siempre encaja bien las bromas.
Es interesante comprobar cómo los guiones de Mora son “políticamente correctos”. Trueno, Goliath y Crispín llevaron a sus lectores por los cinco continentes, entrando en contacto con gentes de todo el mundo. Pieles rojas, nórdicos, africanos, aborígenes de Oceanía, chinos, esquimales,… todos aparecen en las viñetas de este cómic. En estas culturas, encontramos amigos y enemigos, lealtad y traición, bondad y egoísmo, como en nuestro propio corazón. Si bien esto es cierto, el Capitán Trueno tiene cierta predilección por los nórdicos. Su prometida es Sigrid, Reina de la Isla de Thule, hija de un vikingo como Odín manda. Entre sus amistades, Trueno cuenta con el fiel príncipe Asgar, otro nórdico con un par de cuernos; no sabía el dibujante que los vikingos nunca los llevaron en el casco…
Siempre me llamó la atención que estos tres valientes nunca mataban a sus enemigos, por viles o malvados que fueran, pues siempre les perdonaban. Algunos eran entregados a la ley y otros, en una especie de castigo necesario impuesto por el cielo, resbalaban al abismo o eran tragados por las fauces de los tiburones que daban cuenta así de sus crímenes.
Después del franquismo, se destapó la caja de los truenos, y se acusó a “el Capi” de ser un personaje muy ideologizado; ciertamente lo era. Pero, no nos engañemos, también lo han sido las nuevas lecturas del personaje: me llamó la atención ver anunciado a bombo y platillo que, por fin, Trueno se había acostado con Sigrid. También su espada era menos benévola. ¿Renovarse o morir? Los lectores de ahora nada encuentran en este personaje que se comporta como un héroe manga en atuendo medieval, y sí en el héroe que atacaba a sus enemigos con aquel “¡Santiago y cierra España!”.

domingo, 12 de julio de 2009

En el "cole", ellos con ellas y ellas con ellas


Imparto docencia en la Universidad pública. Soy hijo de dos Maestros Nacionales; también lo fueron mis abuelos maternos y muchos de mis tíos y tías. Yo mismo he asistido a centros públicos toda mi vida. En el colegio estudié con chicas, aunque recuerdo que mi Instituto de Bachillerato era conocido como el "Masculino"; al entrar en 3º de B.U.P, empezaron a llegar ellas. Sin embargo, para mis hijos he optado por un sistema de educación diferente: los niños estudian con niños y las niñas con niñas. ¿El motivo? Creo que este modelo educativo me da en la actualidad tantas o más garantías que la co-educación, o enseñanza mixta.

Hoy por hoy, en mi Comunidad Autónoma, la Educación Diferenciada está estigmatizada como elitista, retrógrada, franquista y, si me apuran, causante de comportamientos que desembocarán en violencia de género. Por este motivo, los colegios que siguen el citado modelo no pueden acogerse a ningún tipo de concierto, semiconcierto -o desconcierto- que ofrezca la Junta de Andalucía. El resultado es que los impuestos que pago por la educación de mis hijos no revierten en ellos. Además tengo que pagar por la matrícula del colegio en el que estudian que, al no recibir ayuda alguna, es muy caro, o sea, elitista.

¿Es esto libertad de enseñanza?

En este vídeo, la pedagoga sueca Inger Enkvist, profesora de la Universidad de Lund, explica que la Educación Diferenciada es un modelo educativo válido y de calidad, algo que desde hace tiempo se viene comprobando en Europa Occidental y U.S.A., más allá de prejuicios religiosos o de ideología.

lunes, 6 de julio de 2009

La última carta


El 5 de julio de 1535, Thomas More pasa sus últimas horas en la Torre de Londres. Cuatro días antes, en una pantomima de juicio, se le había condenado a muerte por Alta Traición. More se había negado a acatar con juramento dos leyes promulgadas por el parlamento británico en las que se declaraba a Enrique VIII Cabeza Suprema de la Iglesia de Inglaterra e indirectamente se negaba la autoridad del Papa en cuestiones matrimoniales. Hábil abogado, Sir Thomas había guardado silencio en todo momento sobre los motivos que le llevaban a no prestar juramento, por lo que legalmente de nada se le podía acusar. Hubo que recurrir a un testigo falso, Richard Rich, para poder condenarle. Este declaró haber escuchado al reo declarar sus motivos. Sólo cuando More se supo condenado afirmó lo que ya todos sabían de antemano: el gobierno de la Iglesia, o de una parte de la misma, nunca puede recaer en un príncipe temporal, pues pertenece por derecho a la Sede de Roma.

En la víspera de su ejecución, Sir Thomas entrega a Dorothy Coly, sirvienta de su hija Margaret, la última carta que le dirige. Envueltas en un trapo, le da también la camisa de pelo y las disciplinas que More usaba para mortificarse. Incluyo, a continuación, el texto de la carta, extraído de mi libro ‘Padre mío bueno’ Margarita Moro Roper Perfil Biográfico y Epistolario. Madrid: Rialp, 2007. 217-20.

Nuestro Señor te bendiga, buena hija, y a tu buen marido y a tu pequeño muchacho y a todos los tuyos y a todos mis niños y a todos mis amigos. Da recuerdos cuando puedas a mi buena hija Cecilia, a quien suplico al Señor que consuele, y le envío mi bendición y a todos sus niños y ruégale que rece por mí. Le envío un pañuelo y que Dios consuele a mi buen hijo, su marido. Mi buena hija Daunce tiene el cuadro en pergamino que me entregaste de mi Señora Coniars, su nombre está en la parte de atrás. Hazle saber que le ruego de todo corazón que se lo puedas tú enviar en mi nombre de nuevo, como prenda mía para que rece por mí.

Me agrada especialmente Dorotea Coly, y te ruego que seas buena con ella. Me pregunto si no es de ella de quien me escribiste. Si no, te ruego que seas buena con la otra, lo que puedas en su aflicción; y con mi buena hija Juana Aleyne, para darle, te lo ruego, alguna respuesta amable, pues ella me ha venido suplicando hasta hoy que te rogara fueras buena con ella.

Mucho te voy a afligir, mi buena Margarita, pero sentiría si se fuera a retrasar más de mañana, pues es la víspera de Santo Tomás* y la octava de la fiesta de San Pedro y por tanto mañana anhelo ir a Dios, un día muy apropiado y conveniente para mí. Nunca me gustó más tu trato conmigo como cuando me besaste la última vez, ya que amo cuando el amor filial y la querida caridad no pierden tiempo en reparar en mundana cortesía.

Adiós mi querida niña y reza por mí, y yo lo haré por ti y por todos tus amigos, para que podamos felizmente encontrarnos en el cielo. Te agradezco cómo te has gastado por mí.

Envío ahora a mi buena hija Clement su pizarrín de algoritmos, y le envío a ella y a mi buen hijo y a todos los de ella la bendición de Dios y la mía.

Te ruego que en el momento oportuno des recuerdos míos a mi buen hijo Juan Moro. Me gustaba mucho su aire de naturalidad. Nuestro Señor le bendiga a él y a su buena esposa mi amada hija, con quien le ruego a él que sea bueno, ya que tiene un gran motivo y que si mis tierras llegan a sus manos, no rompa mi voluntad en lo referente a su hermana Daunce. Y que nuestro Señor bendiga a Tomás y a Agustín y a todos los que tendrán.


*Moro se refiere, no a la víspera de la fiesta de Santo Tomás Becket (29 de diciembre), sino a la víspera del traslado de sus restos al santuario de Canterbury, que tuvo lugar el 7 de julio de 1220. Este lugar fue profanado en 1538.

domingo, 5 de julio de 2009

"My Generation"


Siglo XX. Año 1967. Guerra Fría. Guerra del Vietnam. Muerte del Che Guevara. El hombre aún no había llegado a la luna. El grupo norteamericano The Doors, liderado por Jim Morrison, publicó su primer LP, "The Doors". En el club londinense Marquee, The Who -un cuarteto de éxito en la escena Mod- celebraban una actuación. Hacía dos años que habían publicado su single más famoso, "My Generation", escrita por el narigudo y delgado guitarrista del grupo, Pete Townshend.

La canción describe, no sin cierta dosis de descaro, la actitud del movimiento Mod ante todo lo que no forme parte de su estética, sus modos de hablar, vestir, o divertirse. Dejando a un lado la vinculación de The Who con la escena Mod, la canción era un himno de rebeldía juvenil: se trataba de hacerle un "corte de manga" a padres, profesores, preceptores, tutores, políticos, ... cualquier forma de autoridad establecida. Al mismo tiempo, era una buena ocasión de recordarles a todos ellos que eran una panda de viejos. Pero claro, la juventud no dura por siempre; por eso, el apolíneo Roger Daltrey, solista del grupo, dice en una línea de la canción: "I hope I die before I get old" ("Espero morirme antes de hacerme viejo"). Keith Moon, alcohólico y destructivo, tocaba la batería de forma poderosa. John Entwistle, inmóvil, virtuoso y siempre en segundo plano, era el bajista.

The Who pronto se desligaron de la "escena". En realidad, su vinculación había sido más bien oportunista -como ellos mismos confesaron pasados los años-; además, el movimiento Mod había empezado ya a diluirse cuando ellos grabaron "My Generation". Pero no importaba demasiado. Hoy en día nadie cuestiona que The Who son una de las grandes bandas de Rock del siglo XX.

En 1967, me olvidaba decirlo, nací yo. Por ésa y por otras razones, me gustan The Who. Who? The Who.

Con todos ustedes, The Who interpretan "My Generation" en el Marquee.

miércoles, 1 de julio de 2009

Un poema mariano medieval

“I Sing of a Maiden” (“Yo le canto a una Doncella”) es un poema anónimo inglés de principios del siglo XV, que leo y analizo en clase de poesía. En cinco estrofas se describe la Encarnación, esto es, el momento en el que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios, se hace hombre, dice la Iglesia, “por obra y gracia del Espíritu Santo”. De este modo, María fue madre, sin perder su virginidad.

Ante el abismo del misterio, este poema recurre, en primer lugar, a un conocido motivo literario del "Amor Cortés", el encuentro entre un caballero con su dama en su alcoba –por favor, que nadie piense en una escena de sexo–, con el propósito de ilustrar la delicadeza de la Encarnación de Jesús en el seno de su Madre, María, sin la intervención previa de hombre alguno.

Pero hay un detalle que me llama enormemente la atención en este poema; me refiero a las dos últimas líneas de la primera estrofa: “Al Rey de Reyes [Cristo] / [María] Eligió como hijo”. A primera vista, estos dos versos podrían parecer una variación, no sólo de lo explicitado en el Evangelio de San Lucas I, 26-38, sino también de otro poema medieval mariano inglés, que fue modelo del que ahora comento, y que parece estar más en sintonía con el relato evangélico, al afirmar en uno de sus versos que el Rey de Reyes eligió a María como su Madre. Sin duda alguna, Dios había pensado en María, la doncella de Nazareth, desde toda la eternidad para ser la Madre de Jesucristo. En ese sentido, por tanto, Él la eligió a Ella. Pero, igualmente, y dado que la respuesta de María fue libre, que por unos segundos la Redención de la humanidad entera dependió del sí de una criatura humana a la invitación divina, Ella, hizo también su elección y eligió ser la Madre del Hijo de Dios; como el Arcángel le anticipa: “et quod nascetur sanctum, vocabitur Filius Dei” (Luc I, 35). Después de todo, ¿qué es vivir la vocación, sino la libre coincidencia de elecciones, la de Dios y la del hombre-mujer?

Es curioso, pero a mis dos alumnas de poesía de este año, María del Carmen y Sandra V. (son malos tiempos para la lírica), no les sorprendió tanto el cambio del sujeto en el verso que he comentado. Sus argumentos me reafirmaron en una hipótesis que hace algún tiempo vengo madurando: que el autor de este poema anónimo fue, en realidad, una autora. Por ese motivo, y por otros que algún día expondré, prefirió permanecer en el anonimato. Por este motivo, he incluído -y también por la jovencísima Protagonista del poema- he incluido esta entrada en la etiqueta "Chicas, chicas, chicas".

Ahí va el poema, con mi traducción. El inglés, no os pongáis nerviosos, es Middle English, así que -aunque he modernizado algunas grafías- no os extrañe ver palabras con formas un tanto extrañas.

"I sing of a maiden"
“Yo le canto a una Doncella”

I sing of a maiden
Le canto a una doncella
that is makeles
Que es sin mancilla
King of all kings
Al Rey de Reyes
to her son she chose
Eligió como hijo.

He came also still
Tan delicadamente vino él
there his mother was
Donde su madre estaba,
as dew in April
Como el rocío en abril
that falleth on the grass
Que cae sobre la hierba.

He came also still
Tan delicadamente vino él
to his mothers bower
A la alcoba de su madre
as dew in April
Como el rocío en abril
that falleth on the flower
Que cae sobre la flor.

He came also still
Tan delicadamente. vino él
there his mother lay
Donde su madre se recostaba
as dew in April
Como el rocío en abril
that falleth in the spray
Que cae sobre la rama.

Mother and maiden
Madre y doncella
was never none but she.
Ninguna hubo sino ella.
well may such a lady
Bien puede tal dama
God's mother be
Ser la madre de Dios

Beowulf MS

Beowulf MS
Hwaet!