A veces, Dios nos cuenta un chiste que entendemos y nos reímos. Un día vamos con toda la familia a una cena en casa de unos amigos. Se nos ha hecho tarde y estoy nervioso ("Otra vez llegan tarde los de siempre", dirán). Ya están todos dentro del coche y al ir a arrancar, el vehículo ni se inmuta; se ha quedado sin batería. La primera reacción es darse a todos los demonios. Después, entiendo el chiste: no pasa nada, ¿por qué doy tanta importancia a cosas que no la tienen?.
Pero en otras ocasiones, no entiendo los chistes que me cuenta Dios. "No lo pillo", le suelo decir. Y me acuerdo que cuando era pequeño, tampoco entendía muchos chistes que contaban los mayores. El motivo era sencillo: yo era un niño. Pasados los años, recordaba algunos y, al comprenderlos, soltaba una carcajada. Eran muy buenos, aunque no tanto como el que Dios me contó hace unos días y aún no he pillado.
Hola, Eugenio,
ResponderEliminarGracias por publicar esta entrada y la anterior, sobre cómo nos trata nuestro padre Dios.
Los santos tenían bastante sentido del humor: parece que no puede ser de otra manera.
Hace unas semanas terminé de leer un libro de tu amigo Santo Tomás Moro, el del diálogo entre la fortaleza y el consuelo.
¡Hay que tener fortaleza, y humor, y una seguridad grande para escribir todo lo que escribió en la prisión, y además sabiendo que le iban a ajusticiar!
Este señor decía lo que tú has escrito, que no nos tomemos demasiado en serio. Esta aseveración sí que es seria.
Un abrazo desde Granada
Fernando
Gracias, Fernando.
ResponderEliminarEncomienda con intensidad, por favor, una intención de toda mi familia.
Abrazo.