domingo, 6 de diciembre de 2009

Los chistes de Dios

A veces, Dios nos cuenta un chiste que entendemos y nos reímos. Un día vamos con toda la familia a una cena en casa de unos amigos. Se nos ha hecho tarde y estoy nervioso ("Otra vez llegan tarde los de siempre", dirán). Ya están todos dentro del coche y al ir a arrancar, el vehículo ni se inmuta; se ha quedado sin batería. La primera reacción es darse a todos los demonios. Después, entiendo el chiste: no pasa nada, ¿por qué doy tanta importancia a cosas que no la tienen?.
Pero en otras ocasiones, no entiendo los chistes que me cuenta Dios. "No lo pillo", le suelo decir. Y me acuerdo que cuando era pequeño, tampoco entendía muchos chistes que contaban los mayores. El motivo era sencillo: yo era un niño. Pasados los años, recordaba algunos y, al comprenderlos, soltaba una carcajada. Eran muy buenos, aunque no tanto como el que Dios me contó hace unos días y aún no he pillado.

2 comentarios:

  1. Hola, Eugenio,
    Gracias por publicar esta entrada y la anterior, sobre cómo nos trata nuestro padre Dios.
    Los santos tenían bastante sentido del humor: parece que no puede ser de otra manera.
    Hace unas semanas terminé de leer un libro de tu amigo Santo Tomás Moro, el del diálogo entre la fortaleza y el consuelo.
    ¡Hay que tener fortaleza, y humor, y una seguridad grande para escribir todo lo que escribió en la prisión, y además sabiendo que le iban a ajusticiar!
    Este señor decía lo que tú has escrito, que no nos tomemos demasiado en serio. Esta aseveración sí que es seria.
    Un abrazo desde Granada
    Fernando

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  2. Gracias, Fernando.
    Encomienda con intensidad, por favor, una intención de toda mi familia.
    Abrazo.

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Beowulf MS

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Hwaet!