Por el camino que baja desde Stapenhill a Drakelow, los vecinos vieron venir los dos cadáveres que acababan de inhumar, cubiertos con sus mortajas, y ambos cargando con su ataud a las espaldas. No podían creer lo que estaban viendo: parecía como si los dos muertos ambulantes repitieran la huída que había provocado el conflicto. Aterrados, los lugareños corrieron a refugiarse en sus casas. Cuando el sol se ocultó, los cadáveres vagaron por los campos que rodeaban Drakelow, transformándose en oso, perro y otros animales que el autor del relato no detalló. Así sucedió durante varias jornadas consecutivas, de modo que nadie salía de sus casas tras el crepúsculo.
Pero no quedó ahí la cosa, pues los dos revinientes entraron en Drakelow. Noche tras noche, golpeaban con sus cajas de madera las puertas y muros de las viviendas. El ruido era insoportable, cesando sólo cuando, con voces estridentes, los dos cadáveres llamaban a los aterrados moradores, invitándoles a unirse a ellos en su siniestro deambular: "¡Moveos, venga, moveos! ¡Poneos en marcha y venid!". Nadie osaba salir de sus viviendas, ni enfrentarse a aquellos visitantes de ultratumba.
Y cuenta Geoffrey de Burton que, tras algunas noches de pesasdilla, una mortífera plaga se propagó por la villa de Drakelow. Uno tras otro, los lugareños iban muriendo, siendo muy pocos los que escaparon al contagio -entre ellos un normando llamado Drogo, a cuyo cargo había puesta el conde la villa-.
Roger de Poitevin al final entendió cuán gravemente había errado, cobijando a los dos siervos y enfrentándose a la abadía de Burton-Upon-Trent. Arrepentido y pesaroso, marchó a implorar el perdón de Geoffrey Malaterra y a instarle que intercediera por él ante Santa Modwenna, que tan duro castigo estaba infringiéndole a sus súbditos. A tal fin, encomendó a Drogo restituir a la abadía el doble de lo destruído. El abad perdonó al conde y Drogo hizo como le había pedido su señor, tras lo cual huyó de Drakelow a fin de evitar el contagio.
Roger de Poitevin al final entendió cuán gravemente había errado, cobijando a los dos siervos y enfrentándose a la abadía de Burton-Upon-Trent. Arrepentido y pesaroso, marchó a implorar el perdón de Geoffrey Malaterra y a instarle que intercediera por él ante Santa Modwenna, que tan duro castigo estaba infringiéndole a sus súbditos. A tal fin, encomendó a Drogo restituir a la abadía el doble de lo destruído. El abad perdonó al conde y Drogo hizo como le había pedido su señor, tras lo cual huyó de Drakelow a fin de evitar el contagio.
Sin embargo, los dos cadáveres ambulantes no dejaron de atormentar a los pocos habitantes que iban quedando en el pueblo. Haciendo acopio de valor, quienes aún no habían muerto o enfermado decidieron poner fin a aquella pesadilla.
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