Distintas hipótesis se han desarrollado para explicar el origen del mito vampírico. Una corriente ha pretendido vincular este fenómeno a la extensión del Cristianismo. Así, el bebedor de sangre y su inmortalidad terrena serían una alternativa sacrílega a la vida eterna que el Sacramento central del Cristianismo, la Eucaristía, proporciona.
Y sin embargo, hay una diferencia esencial: Jesucristo se inmola voluntariamente, dando su sangre a los hombres, haciéndoles así herederos de la vida eterna; por el contrario, el vampiro toma la sangre de sus víctimas con violencia, haciéndolas copartícipes de una existencia antinatural. Cristo se da libremente y por amor; el bebedor de sangre la toma por la fuerza, e impulsado por una sed que nunca será satisfecha.
Es del todo cierto, por otra parte, que en la Europa cristiana los rasgos más aparentes del vampirismo se adornan de un halo diabólico, transgresor y herético que antes del Cristianismo, lógicamente, estaba ausente. Pero la creencia en los bebedores de sangre es casi universal y propia también de culturas que durante tiempo (aún hoy en día) no han tenido contacto con el Cristianismo.
En otro orden de cosas, la Pasión de Jesucristo, Hombre y Dios -eterno en su naturaleza divina y como sgunda Persona de la Trinidad- se inserta en la historia del hombre, precisamente en un pueblo (el de Israel) que desde sus orígenes ha realizado sacrificios expiatorios a Yahvé. Así, Él es la víctima más perfecta que, también como Sacerdote, se ofrece al Altísimo. El vampiro surge en una tradición que no es sacrificial. El hombre, desde sus orígenes, observa cómo la pérdida de la sangre conlleva la muerte. Razonando a la inversa, beber sangre puede revitalizar. Esta idea aparece mezclada con prácticas rituales de canibalismo, como una forma de tomar el vigor de los enemigos muertos. De esto parece hacerse eco el escritor sagrado del Levítico, cuando prohíbe tomar sangre: "Anima enim omnis carnis in sanguine est: unde dixi filiis Israel: Sanguinem uniuersae carnis non comedetis, quia anima carnis in sanguine est [porque la vida del cuerpo es la sangre]: et quicumque comederit illum, interibit" (XVII, 14). La palabra hebrea que ha sido traducida al latín como anima ("vida") puede significar también "alma, aliento", proporcionando así "una explicación completa de por qué el vampiro buscaría dar vida y rejuvenecer su cuerpo muerto succionando la sangre de sus víctimas" (Summers).
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