lunes, 6 de julio de 2009

La última carta


El 5 de julio de 1535, Thomas More pasa sus últimas horas en la Torre de Londres. Cuatro días antes, en una pantomima de juicio, se le había condenado a muerte por Alta Traición. More se había negado a acatar con juramento dos leyes promulgadas por el parlamento británico en las que se declaraba a Enrique VIII Cabeza Suprema de la Iglesia de Inglaterra e indirectamente se negaba la autoridad del Papa en cuestiones matrimoniales. Hábil abogado, Sir Thomas había guardado silencio en todo momento sobre los motivos que le llevaban a no prestar juramento, por lo que legalmente de nada se le podía acusar. Hubo que recurrir a un testigo falso, Richard Rich, para poder condenarle. Este declaró haber escuchado al reo declarar sus motivos. Sólo cuando More se supo condenado afirmó lo que ya todos sabían de antemano: el gobierno de la Iglesia, o de una parte de la misma, nunca puede recaer en un príncipe temporal, pues pertenece por derecho a la Sede de Roma.

En la víspera de su ejecución, Sir Thomas entrega a Dorothy Coly, sirvienta de su hija Margaret, la última carta que le dirige. Envueltas en un trapo, le da también la camisa de pelo y las disciplinas que More usaba para mortificarse. Incluyo, a continuación, el texto de la carta, extraído de mi libro ‘Padre mío bueno’ Margarita Moro Roper Perfil Biográfico y Epistolario. Madrid: Rialp, 2007. 217-20.

Nuestro Señor te bendiga, buena hija, y a tu buen marido y a tu pequeño muchacho y a todos los tuyos y a todos mis niños y a todos mis amigos. Da recuerdos cuando puedas a mi buena hija Cecilia, a quien suplico al Señor que consuele, y le envío mi bendición y a todos sus niños y ruégale que rece por mí. Le envío un pañuelo y que Dios consuele a mi buen hijo, su marido. Mi buena hija Daunce tiene el cuadro en pergamino que me entregaste de mi Señora Coniars, su nombre está en la parte de atrás. Hazle saber que le ruego de todo corazón que se lo puedas tú enviar en mi nombre de nuevo, como prenda mía para que rece por mí.

Me agrada especialmente Dorotea Coly, y te ruego que seas buena con ella. Me pregunto si no es de ella de quien me escribiste. Si no, te ruego que seas buena con la otra, lo que puedas en su aflicción; y con mi buena hija Juana Aleyne, para darle, te lo ruego, alguna respuesta amable, pues ella me ha venido suplicando hasta hoy que te rogara fueras buena con ella.

Mucho te voy a afligir, mi buena Margarita, pero sentiría si se fuera a retrasar más de mañana, pues es la víspera de Santo Tomás* y la octava de la fiesta de San Pedro y por tanto mañana anhelo ir a Dios, un día muy apropiado y conveniente para mí. Nunca me gustó más tu trato conmigo como cuando me besaste la última vez, ya que amo cuando el amor filial y la querida caridad no pierden tiempo en reparar en mundana cortesía.

Adiós mi querida niña y reza por mí, y yo lo haré por ti y por todos tus amigos, para que podamos felizmente encontrarnos en el cielo. Te agradezco cómo te has gastado por mí.

Envío ahora a mi buena hija Clement su pizarrín de algoritmos, y le envío a ella y a mi buen hijo y a todos los de ella la bendición de Dios y la mía.

Te ruego que en el momento oportuno des recuerdos míos a mi buen hijo Juan Moro. Me gustaba mucho su aire de naturalidad. Nuestro Señor le bendiga a él y a su buena esposa mi amada hija, con quien le ruego a él que sea bueno, ya que tiene un gran motivo y que si mis tierras llegan a sus manos, no rompa mi voluntad en lo referente a su hermana Daunce. Y que nuestro Señor bendiga a Tomás y a Agustín y a todos los que tendrán.


*Moro se refiere, no a la víspera de la fiesta de Santo Tomás Becket (29 de diciembre), sino a la víspera del traslado de sus restos al santuario de Canterbury, que tuvo lugar el 7 de julio de 1220. Este lugar fue profanado en 1538.

6 comentarios:

  1. Recuerdo lo leído sobre el "juicio" en "María Tudor", un libro brillantísimo sobre estas personas. Es muy fuerte lo que dicen que sucedió al cadáver de Enrique VIII en el ataúd, cuando era velado por dos soldados por la noche, antes del entierro. - Veo en esta carta lo que escribe un padre con todas las de la ley (nunca mejor dicho), amorosísimo y al que ya no importan respetos humanos de la tierra, y la sinceridad es como si fuera más fácil. Voy a intentar adjuntar este comentario sin anónimo. Si no, que soy Fernando Díez. Un abrazo.

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  2. Ha salido tu tombre, Fernado.
    No sabía nada de lo que le pasó al cadáver del Tudor en el ataud. ¿No sería cosa de la propaganda papista?
    Gracias, Fernando.

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  3. Los duendes o elfos me hacen un corte de manga cada vez que intento escribirte un comentario. Resumo lo que acabo de escribir, que se me ha borrado. He leído mucho sobre la época, en: María Tudor. La gran reina desconocida. Escrito por María Jesús Pérez Martín, que ha trabajado esta época más de veinte años, y es una investigadora de prestigio. Ahora, si es propaganda papista o del mismísimo Juez Garzón y la Memoria Histórica o del sastre de Camps, ahí ya no llego. Soy Anónimo Fernando M Díez Gallego, y un abrazo, etc.

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  4. Gracias. Pero bueno, ¿qué se dice que le pasó al cadáver del rey?

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  5. Un detallito sobre el fallecimiento de Enrique VIII. Murió el 28 de enero de 1547. Pues bien, cuando estaba a punto de morir, le preguntaron si quería ver a alguien. Dijo que dormiría un poco y después ya decidiría. Despertó consciente, pero sin habla. Le sostuvo la mano el Dr. Cranmer, que era su principal consejero. La susodicha autora dice que falleció sin poder haber recibido la unción de enfermos, que él había abolido. Total, que no sabemos, ni podremos, claro, saber sus últimas disposiciones, para ese "cuando despierte". Cfr. página 365-6, ob. cit. May God have him in his glory. En cuanto a lo del cadáver (página 367) efectivamente es algo que se cuenta, pero que no es seguro. A pie de página la autora dice que hay quien escribió que si los restos mortales se encontraron aquí o allí, etc., que si fueron quemados, que si apareció el esqueleto intacto no sé cuánto tiempo después, etc. Lo del cadáver lo voy a copiar, pero advierto que podría herir la sensibilidad, y no deja de ser un episodio lateral: hay muchísimas cosas más interesantes en el dicho libro, publicado también por Rialp. Copio lo siguiente, tal como aparece en ob. cit. "Cuando a los doce días del duelo, llevan el cadáver de Enrique a Windsor a reposar en su sepultura junto a Juana Seymour, la noche anterior a su entierro tiene lugar una vigilia en la capilla del palacio. Cansados y dormidos, los cortesanos se despiertan horrorizados a media noche; el ataúd revienta por la fermentación de los restos que contiene y que yacen desparramándose por el suelo; para mayor horror, dos perros grandes negros lamen aquellos despojos sanguinolentos." La señora Seymour era la última con quien se casó. Hay que decir que cada vez más, este señor había ido acumulando enfermedades, aumentando de peso, degenerándose, por dentro y por fuera. Sinceramente, descanse en paz. Para no perder lo mucho que escribo, aseguro antes y vuelvo a ser Fernando Díez. Un abrazo.

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  6. Querido Fernando, gracias por el prolijo comentario. Todo un episodio, sí señor, de este príncipe que iba a ser modelo de los monarcas del Renacimiento.
    Te creo cuando dices que eres Fernando, pues ya aparece en el encabezado de tus entradas.
    Un abrazo, gentleman.

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Beowulf MS

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