Le pido prestado al filósofo judío Martin Buber (1878-1965) la siguiente historia, a la que añado algunas pinceladas mías.
Un sabio racionalista gustaba de disputar con el rabí Levi Jizchakun, un Zaddik ("justo", según la religión hebrea), a quien conocía desde niño. Solían conversar, siempre al atardecer, sobre la existencia de Dios.
Un sabio racionalista gustaba de disputar con el rabí Levi Jizchakun, un Zaddik ("justo", según la religión hebrea), a quien conocía desde niño. Solían conversar, siempre al atardecer, sobre la existencia de Dios.
Un día, el ateo (¿o quizás era agnóstico?) se encaminó a casa de su compañero con el firme propósito de destruir sus viejas pruebas en favor de la verdad de su fe; se veía con la responsabilidad de sacar al Zaddik de su credulidad. Cuando entró en el aposento de éste, lo encontró paseando por la habitación con un libro en las manos y sumido en profunda meditación. "Otra vez rezando", se dijo para sí el recién llegado, pues no era la primera vez que esto sucedía. Pero aquella tarde, el rabí parecía no reparar en la llegada de su amigo. No quiso interrumpirle y se sentó junto a un amplio ventanal que había en la habitación. El sol terminaba su periplo diario, y en la calle unas mujeres hablaban ruidosamente; un niño se empeñaba, inútilmente, porque una de ellas le hiciera caso. Por fin, el Zaddik miró ligeramente a su amigo y le dijo:
- "Quizá sea verdad".
El erudito no esperaba aquello. Intentaba en vano conservar la serenidad. El rabí Jizchakun le parecía ahora una imponente presencia, alguien que había abierto un abismo luminoso bajo sus pies. El Zaddik se volvió hacia él, le miró con afecto y le dijo:
- "Amigo mío, los grandes de la Torá, con los que has disputado, se han prodigado en palabras; tú te has echado a reír. Ni ellos ni yo podemos poner a Dios y a su reino sobre el tapete de la mesa. Pero piensa en esto: quizá sea verdad".
El racionalista hizo acopio de todas sus fuerzas para defenderse, pero aquel “quizá” era tan demoledor, tan inabarcable, tan evasivo, que no pudo pronunciar palabra alguna.
El racionalista hizo acopio de todas sus fuerzas para defenderse, pero aquel “quizá” era tan demoledor, tan inabarcable, tan evasivo, que no pudo pronunciar palabra alguna.
El problema de este racionalista, es que se tomó la pregunta en el sentido inverso. La pregunta que busca no debe ser buscada en la máxima expresión del universo, sino en la mínima... y entonces sabrá si acepta una respuesta como el quizá como válida o si sigue convencido en el no o en el sí que llevaba de antes en el bolsillo.
ResponderEliminarDe hecho, me hace gracia esta historia me interesa por algo... ¿te has dado cuenta de que la fe es un seguro de vida? Todo el mundo intenta convencerte de que te vayas a su mutua...del sí, del no, de tal o de cual... ¿por qué nos preocupamos tanto del plan de pensiones del vecino y descuidamos el nuestro?
Yo no le deseo a nadie mi plan de pensiones, pero mi respuesta a las preguntas de la vida me llevan a un no...
Bonita historia,
Gracias, Lui, por tu comentario.
ResponderEliminarEl racionalista, creo que va por ahí tu argumentación, no llevaba un "sí" en el bolsillo; de hecho, la historia tiene un final abierto, tan abierto como el "quizá".
La metáfora del plan de pensiones es lúcida, y te aseguro que yo me preocupo, en primer término, de ahorrar para el mío propio. Ahora bien, este "plan de pensiones" -y sigo con tu metáfora- es muy exigente, tanto que requiere de mí que lo ofrezca a otros; si no, yo sería un egoísta. ¿Te imaginas ver una película apasionante y no recomendarla? Eso sí, cada uno va al cine cuando quiere.
Las preguntas de la vida sólo pueden responderse, cuando uno ha respondido a las suyas propias. Indefectiblemente, las primeras dependen de las segundas.